Viaje a las Islas Galápagos con mochila

por Enric Gili

Ocho días de ruta ‘salvaje’, un viaje a las Islas Galápagos, el archipiélago más diverso, especial y complejo del mundo

Hacía tiempo que queríamos hacer un viaje que pudiera gustarnos a los dos; un viaje que combinara naturaleza, playa y deporte, y que nos impresionara. Hay pocos sitios en el mundo que puedan reunir tales condiciones, y después de investigar, decidimos que el más adecuado era hacer un viaje a las Islas Galápagos durante ocho días.

Desde el primer momento vimos que no sería fácil. El acceso a las islas está restringido a un número determinado de turistas, y al ser un parque natural, sólo aterrizar, debes pagar una cuota de 110$ por persona.

Moverse por las Islas Galápagos se antojaba toda una aventura. De hecho, sólo puedes desplazarte por las islas si compras los tickets allí mismo. Eso significaba que, o bien no reservábamos ningún hotel y hacíamos todo sobre la marcha, o bien reservábamos sin saber como llegar a cada isla.

A eso se añadía el hecho de que no se puede reservar nada online, excepto hoteles. Siempre había, eso sí, la opción de hacer todo el viaje en un barco privado que para en cada isla o de visitar las islas por nuestra cuenta. Para culminar las dificultades habíamos leído que no se podía pagar nada con tarjeta, cosa que luego pudimos comprobar era cierta: todo en efectivo.

Iguana gigante en Tortuga Bay, Islas Galápagos

Iguana gigante en Tortuga Bay

Todo esto reforzó nuestra idea de que sólo se puede ir de viaje a las Islas Galápagos con mochila, y sin planear demasiado las visitas. Al menos, si algo teníamos claro, era que las visitaríamos por nuestra cuenta, y no en un barco privado.

El aeropuerto principal de las Islas Galápagos es el de Baltra, al cual sólo se accede en avión desde Guayaquil, en la costa ecuatoriana. En Guayaquil, todo objeto que se lleva a las islas debe pasar por un protocolo de control sanitario y químico para que no pueda afectar al ecosistema.

Las maletas son desinfectadas y abiertas una por una, y se comprueba el contenido de las bebidas en una máquina especial. Cada persona tiene que registrarse online desde su país de origen, y rellenar dos formularios en Guayaquil para acceder a Islas Galápagos. Una vez pasados los controles, los formularios y el avión, llegamos por fin a las islas.

Empieza nuestro viaje a las Islas Galápagos

La primera cosa que nos impactó fue ver una iguana gigante cruzando la pista de aterrizaje. La segunda, que eran las 12 del mediodía y nuestro avión era el último de la jornada. La tercera, y más pesada, que el aeropuerto está en una isla aparte (Isla Baltra), y que para salir de él, se debe coger un bus, después un barco y finalmente otro autobús para llegar a la isla principal, Santa Cruz.

Pese a las dificultades, finalmente llegamos a Puerto Ayora, en Santa Cruz, el pueblo más importante de las islas. Nada más llegar supimos que sería un viaje espectacular: el Sol, el color del mar, los leones marinos en el puerto e incluso en las calles, los reptiles paseando por la acera y todo tipo de animales viviendo con los humanos en aparente armonía. Aquello nos llenó de felicidad, estábamos en el lugar adecuado.

Fuimos a nuestro hotel y allí nos asesoraron sobre las excursiones que podíamos hacer. La mayoría se tenían que hacer con guía personal e implicaban transporte entre islas. De hecho, pudimos comprobar que los tickets de los barcos entre islas pueden comprarse casi en cualquier sitio por  unos 25$ o 30$. Esa misma tarde decidimos visitar Tortuga Bay (gratuito y sin guía).

Tortuga Bay

Es una playa espectacular llena de iguanas marinas, tortugas, cangrejos gigantes y todo tipo de aves. Una niña nos avisó de que había tiburones muy cerca de la costa, así que decidimos tocar el agua sólo con los pies.

Al día siguiente contratamos un aprendizaje de Scuba Diving (buceo) en Puerto Ayora. Hicimos el curso en una piscina y después fuimos a Punta Estrada, donde buceamos con mantas-rayas, dos tiburones y múltiples especies. Nos impresionó. Por la tarde decidimos ir con un guía a la reserva privada de El Chato, donde pudimos ver tortugas gigantes en libertad, un túnel de lava formado por las erupciones del volcán de la isla y dos de sus cráteres.

PA la mañana siguiente debíamos ya cambiar de isla y dirigirnos a San Cristóbal. Para ello disponíamos sólo de unos pequeños barcos que transportan a la gente de isla en isla. Cada vez que se coge uno de esos barcos, vuelven a controlar todas tus maletas: las abren, sacan tus pertenencias y te dan un certificado conforme no llevas nada que pueda afectar al ecosistema.

Pájaros esperando su comida junto a pescadores en Puerto Ayora

Pájaros esperando su comida junto a pescadores en Puerto Ayora

El trayecto de Puerto Ayora a Puerto Baquerizo Moreno fue muy movido, la barca era muy pequeña y el mar estaba muy alborotado. Más adelante pudimos comprobar que siempre sería así.

La Isla de San Cristóbal

Llegamos a San Cristóbal hacía el mediodía. La isla era aún más tranquila que la anterior, y estaba llena de leones marinos. De hecho, descubrimos que la llaman isla de los lobos marinos, que es como llaman a los leones en Galápagos. Dejamos las maletas en el hospedaje y para nuestra sorpresa descubrimos que seríamos los únicos clientes esas dos noches.

Después fuimos al Centro de Interpretación de las Islas Galápagos, donde te explican la historia de las islas, y el porqué de una fauna y una flora tan espectaculares. Del centro sale un sendero que lleva a unas playas paradisíacas llenas de reptiles, leones marinos y pájaros. Al regresar decidimos contratar una excursión en barco para el día siguiente: iríamos a Ayers Rock, que significa León Dormido, para hacer aún más snorkel.

La mañana del cuarto día, como previsto, fuimos a la tienda donde habíamos reservado la excursión para probarnos los trajes de buceo y coger el barco privado hacia Ayers Rock, a una hora de distancia. Se trata de un islote con paredes verticales de 300 metros sobre el agua que se hunde unos 200 metros por debajo del nivel del mar, y que tiene dos peculiares agujeros por donde circula el agua del mar de lado a lado.

Realmente daba incluso miedo. En el islote pudimos ver más tiburones, rayas, estrellas de mar, leones marinos y un sinfín de especies. Decidimos pasar lo que quedaba de día en Playa Mann descansando, y tomando el Sol rodeados de unos 200 leones marinos.

El quinto día de nuestro viaje a las Islas Galapagos fue un día de traslado. Debíamos ir a Isla Isabela, y para ello, debíamos coger una barca de regreso a Santa Cruz, y de allí, otra a Isla Isabela. A las siete de la mañana ya estábamos en pie y partíamos en dirección a Puerto Ayora. Tres horas más tarde, a las 10, llegamos a nuestro destino.

Decidimos visitar el centro Charles Darwin, donde investigan sobre especies en peligro de extinción y ayudan a mantener la fauna y flora del parque nacional. Hasta hace dos años se hospedaba allí la tortuga gigante Solitario George (Lonesome George). Era la última de su especie después de que los intentos para conseguir que tuviera descendencia fracasaran.

Junto a una tortuga gigante, Islas Galápagos

Junto a una tortuga gigante en las Islas

Tras nuestra visita cogimos de nuevo una barca y llegamos sobre las cinco a Puerto Villamil, en Isla Isabela. Fue llegar y saberlo: aquello es el paraíso. No hay ni una sola calle ni camino asfaltado en toda la isla.

Todavía hay más animales, ¡incluso vimos pingüinos en el pueblo!, y el ambiente es el colmo de la calma. Para completar el cuadro, la isla tiene un paisaje lunar… ¡Impresionante! No hay palabras para describirla.

En el mismo embarcadero nos esperaba Juanita, la propietaria del hospedaje donde nos alojaríamos las siguientes dos noches. Fuimos a dejar las mochilas a la casa y seguidamente cogimos un 4×4 –los pocos taxis que hay en Galápagos son todos todoterrenos– para ir a ver flamencos en libertad en un parque cercano al pueblo.

El sexto día de nuestro viaje a las Islas Galapagos lo dedicamos a visitar volcanes. Desde ellos se intuían todas las islas del archipiélago. El paisaje era totalmente lunar y la lava de cada una de las erupciones daba a las vistas unas tonalidades espectaculares. Por la tarde decidimos ir andando al muro de las lágrimas, un muro hecho como castigo por presos en los años 60 donde se pueden ver tortugas gigantes y reptiles.

El día siguiente, y penúltimo, era el día de regreso a Puerto Ayora. Nuestra barca salía a las cuatro de la tarde, así que aprovechamos la mañana para hacer la ruta de las tintoreras. Se trata de una serie playas donde los tiburones duermen y descansan. Realmente impactante.

Tras la experiencia decidimos hacer snorkel con un guía en una cala cercana donde nadamos con tortugas marinas, pingüinos y más leones marinos. Finalmente y antes de marcharnos tomamos el sol durante dos horas en unas pequeñas y curiosas islas de la zona que se forman y desaparecen con las mareas.

Llegamos cuando caía la noche a Santa Cruz, donde tuvimos la suerte de poder cenar en el único sitio en que aceptaban tarjetas. Y digo que tuvimos suerte porque ya no disponíamos de dinero en efectivo. Ni nosotros, ni el cajero automático. Al día siguiente, el octavo, acababa nuestra aventura.

Cogimos el bus, luego el barco, y otra vez el bus, para llegar al aeropuerto, ser desinfectados, controlados y enviados de vuelta a Barcelona 23 horas más tarde.

Ya en casa, y una vez reposado el viaje y adquirida la experiencia, llegamos a la conclusión de que lo más adecuado hubiera sido quedarse un día menos en Santa Cruz y pasar un día más en Isla Isabela, la más grande y espectacular de todas. No fuimos a más islas porque está prohibido acceder a ellas si no es en barco privado y son muy caros, pero el hecho de hacer la ruta por nuestra cuenta nos dio la flexibilidad que los barcos privados no ofrecen.

Sin lugar a duda, el viaje a las Galápagos ha sido el mejor viaje de nuestras vidas. Son unas islas que te despiertan los sentidos, y donde cada instante puede ser fotografiado. Nada es como lo conocemos. Todo es natural, como debería ser. Animales y personas conviviendo con normalidad. No hay contaminación, muy poco turismo, tranquilidad, felicidad y respeto al medio ambiente. Increíble. Un viaje muy recomendable.

Publicado en el Nº1 de Magellan

 

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