Viajar a Cuba, la isla del sabor genuino

por Josep Prats

Viajar a Cuba fue una experiencia única e inolvidable que nos permitió explorar el carácter de sus gentes, su pasado colonial y disfrutar del color turquesa de unas playas únicas.

Volamos hacia La Habana vía París. Viajar a Cuba significa que hay que tomarse con paciencia los trámites a la llegada. Van lentos, pero sin malas caras, sin malos modos. Otro ritmo. Es la primera percepción de una ciudad que vive sin prisas, que rezuma alegría, aunque la mayoría tenga poco para vivir. Hicimos este viaje tres años atrás, cuando no se hablaba del final del bloqueo de EE UU.

El encanto nada más pisar Cuba es su sabor, un sabor genuino. No sabemos si la llegada de multinacionales, de grandes franquicias, de chorros de millones de dólares alterarán –creemos que sí- esta personalidad única cubana. Hoy día es muy difícil imaginar gente en las calles sin estar enganchadas al móvil, como ajenos a su entorno.

La Cuba que visitamos sí nos regaló esta película de gente no adicta a este artefacto inteligente. De gente que prefiere hablar que zambullirse en redes sociales sin saber qué cara tiene su interlocutor.

Viajar a Cuba, día festivo en La Habana, con alegres rúas de jóvenes en carnaval

Día festivo en La Habana, con alegres rúas de jóvenes en carnaval

Viajar a Cuba y vivir la isla antes del bloqueo

La primera impresión que tienes cuando empiezas a patear las calles de La Habana es que has aterrizado en una ciudad triturada. El deterioro de algunos barrios, bellas mansiones de épocas coloniales que amenazan ruina, maltratadas por el paso del tiempo y la falta de recursos para cuidarlas.

Pero una vez allí, en plena calle, surge una atrayente atmósfera mezcla de la preciosa ciudad que imaginas que un día fue y la vitalidad, sencillez y alegría de sus gentes de ahora. Encuentras la belleza de la ciudad más allá de las heridas que ha dejado el paso del tiempo y las restricciones económicas.

Sus calles están llenas de vida, bullicio. Bellos y bellas mulatas, gentes con rasgos ibéricos u orientales, rubios con ojos verdes, todos reflejan el pasado de unos familiares que un día decidieron viajar a Cuba para hacer fortuna. Escolares uniformados y sonrientes a la salida de las escuelas, entrañables ancianos, gente joven que lleva el ritmo salsero incluso cuando andan. Es una identidad forjada en largos años de mestizaje. Todo dibuja una personalidad única.

Nos alojamos en un hotel en la zona del Malecón. A primera hora, después de ‘dejar en la cama’ el jet lag paseamos por esta terraza abierta al mar que tanta personalidad le da a La Habana. Airecillo fresco aún no calentado por el sol. Azul del mar que a las nueve de la mañana aún no era intenso.

Suave espuma de un agua que no estaba agitada como al atardecer. Gente risueña, mucha menos que cuando de noche llena la zona de vida y alegría para refrescar los calores. Regresamos al hotel para el desayuno.

Después empezamos el pateo por La Habana Vieja, la antigua ciudad, formada a partir del puerto. Recomendamos hacerlo con mucha calma. Callejuelas, portalones, patios interiores, conventos, iglesias, plazas con soportales. Cada rincón rezuma historia. Es un conjunto colonial genuino, lleno de vida.

Balcones con ropa tendida, fachadas descoloridas, testimonios de su belleza anterior. Densidad humana y alegre. Guía en mano, disfrutad de este mundo de cinco kilómetros cuadrados de pintoresquismo con muchos edificios coloniales en diverso estado.

Catedral de La Habana

Catedral de La Habana

La plaza de la Catedral es el corazón de la Habana Vieja, una construcción barroca de mediados del siglo XVIII, pero con la sobriedad con que la Compañía de Jesús dotaba a sus fundaciones. La podéis visitar, es muy bonita por dentro… y luego tomar un refresco en una de las terrazas de la plaza, a la que nunca falta la música de grupos improvisados.

A pocos pasos se encuentra uno de los grandes iconos de La Habana: La Bodeguita del Medio. En realidad se trata de una taberna muy similar a la que se puede encontrar en cualquier pueblo de España. Muy frecuentada por Hemingway –de hecho frecuentaba todos los lugares donde se servía buen alcohol. La especialidad es el mojito, una bebida larga de ron, azúcar y agua con gas aromatizada con yerbabuena.

Es un lugar muy concurrido. Tanta gente le quita encanto. Dimos una vuelta por el local, tomamos el reglamentario mojito y seguimos nuestro paseo por las callejuelas para llegar a uno de los lugares, para nosotros, más genuinos, la Plaza Vieja. Porticada, limpia.

Coincidimos con el bullicio de grupos de jóvenes en pleno carnaval, era realmente viajar a Cuba en estado puro. Cerca, en la calle Obispo, recomendamos entrar en el Hotel Ambos Mundos y subir a su azotea. Tendréis una preciosa panorámica de La Habana Vieja, con sus fortalezas al fondo, y debajo la intrincada red de sus calles.

Para saborear mejor esta vista ayuda otro mojito. Fresquito, entra bien… pero cuidado. En el Hotel Ambos Mundos se alojó Hemingway en los años 40. Se puede visitar la habitación-museo del mítico escritor. Cuentan que siempre la tenía preparada por si el exceso de mojitos le ‘aconsejaba’ quedarse a dormir en lugar de dar tumbos por las calles.

La preciosa Plaza Vieja en el casco antiguo de La Habana

La preciosa Plaza Vieja en el casco antiguo de La Habana

Cerca de allí, a pocas manzanas, se encuentra la calle Brasil. Recomendamos recorrerla sin prisas. Es la expresión del romanticismo viejo, de fachadas coloniales desconchadas, de interiores derruidos, de balcones, sacudidos por el paso del tiempo y el descuido, repletos de ropa tendida de todos los colores.

Junto a la acera, antiguos coches de brillantes y metálicos rojos, verdes, azules. Y al fondo de esta estrecha vía, la cúpula del Capitolio coronaba el final de la calle. Una postal que define la esencia de La Habana auténtica.

Después de tanto pateo, decidimos poner fin a nuestro primer día en Cuba. Sobre las 20,30. La dorada reverberación del sol en su lento descenso iluminaba las fachadas coloreadas. Incluso las más deterioradas adquirían una luz que recordaba su pasado. Y una suave brisa, que cogía fuerza al circular por las estrechas callejuelas, aliviaba los rigores del caluroso día. Paramos un coco-taxi.

Una moto con caparazón amarillo para dos personas, medio auténtico para moverse por La Habana. Pasamos junto al Malecón. En busca de las caricias de esta brisa, grupos de gente tomaban posición frente al fresco del mar. Aguardaban la llegada de la noche envueltos en un bullicio alegre. Otro rasgo de personalidad cubano.

Plaza de la Revolución. En la fachada del Ministerio del Interior hay una efigie de Che Guevara

Plaza de la Revolución. En la fachada del Ministerio del Interior hay una efigie de Che Guevara

La primera visita del día siguiente fue la Plaza de la Revolución. Nada que ver con el sabor de La Habana Vieja. Es el espacio más espectacular de la ciudad, pero no por su belleza. En este espacio caben un millón de personas, las que convocaba Fidel Castro en las fechas señaladas del calendario revolucionario.

Es un espacio frío y enorme. Lo preside el monumento a José Martí, mole enorme sin ningún encanto. Está flanqueado por edificios oficiales: Ministerios, Palacio de Justicia, el Comité Central del Partido comunista… Todo respira megalomanía. En la fachada del edificio del Ministerio del Interior aparece una enorme efigie del Che Guevara y su lema ‘Hasta la victoria siempre’.

La espectacular cúpula del Capitolio en la capital cubana

La espectacular cúpula del Capitolio en la capital cubana

A pocos minutos andando está el Capitolio. La primera sensación que tienes es de espejismo, como si hubieran trasplantado el edificio de Washington a La Habana. Un contraste con los barrios de perfil colonial. En la actualidad alberga La Academia de Ciencias de Cuba y el Museo de Historia Natural. Muy cerca del Capitolio, dominando el Parque Central, se encuentra el antiguo Centro Gallego, hoy Liceo de La Habana.

Un edificio de construcción abigarrada, una masa de mármol blanco, con tanta ornamentación que marea. El cuadro fotográfico de este teatro lo completan la multitud de colores de los automóviles de los años 50 aparcados delante. Desde allí descendimos por el Paseo de Prado (nombre en honor a su homónimo madrileño) hoy llamado José Martí. Es la frontera entre La Habana Centro y la Vieja.

Se inicia en el Parque Central y termina frente al Castillo de San Salvador de La Punta, en el Malecón. Es un recorrido que hay que hacer acompañado por la imaginación. Es donde más notamos el desgarramiento que han sufrido mansiones que en su día fueron señoriales. En sus fachadas aún se reconoce, entre los arañazos del tiempo, la grandeza ilustre que debían lucir en el siglo XVIII.

Aquellos balcones, aquellos portales que decoraban la vida de la clase alta, hoy están ocupados por gente humilde, pero alegre, que nada puede hacer para evitar el deterioro. El paseo es toda una evocación al pasado. Nos sentamos en unos bancos que en su día fueron majestuosos. Pero la alegría de las gentes que pasean por sus calles disipa cualquier sensación deprimente.

El edificio colonial del Ayuntamiento de Santiago, visto desde una azotea

El edificio colonial del Ayuntamiento de Santiago, visto desde una azotea

Con la salsa en las venas

Al día siguiente nos trasladamos a Santiago de Cuba en vuelo doméstico. Está situada en una bahía de nueve kilómetros de longitud, protegida por la Sierra Maestra. El centro antiguo tiene el encanto de una vieja ciudad de provincias, con casas pintadas de vivos colores, muchas veces ajados por el paso del tiempo y la atmósfera caliente y húmeda de la bahía.

Los santiaguinos son gente abierta. Son los sureños, con alto porcentaje de raza negra, que imprimen carácter caribeño y tropical a sus calles. La música, la salsa son referencia permanente.

Es una delicia pasear, sentarse en sus jardines como el parque Dolores o la Plaza-parque Céspedes que preside la hermosa Catedral que tiene enfrente el colonial edificio del Ayuntamiento. Hay que dejarse ir, respirar el carácter extrovertido de sus gentes. La calle Heredia es una de las arterias principales del corazón de Santiago.

Puedes encontrar grupos musicales en cualquier esquina, sobre todo sábados y domingos, noches de fiesta. Otra calle emblemática es la del Padre Pico. Es empinada y con una larga escalinata al final. Aunque sea algo fatigoso, vale la pena llegar a través de ella a un barrio que, desde su altura, se divisa el puerto con su abigarrado conjunto de barcos, grúas y chimeneas.

Desde el Mirador de Velázquez también se contempla una buena vista de la bahía. Eso sí, no perdáis la ocasión de entrar en una Casa de la Trova. Es la mejor manera de percibir cómo la gente de Santiago, sea cual sea su edad, lleva el ritmo en sus venas.

Castillo del Morro en Santiago

Castillo del Morro en Santiago

Cerramos el día en el Castillo del Morro. Disfrutamos de las magnificas vistas al mar que ofrece la fortaleza antes del ceremonial cañonazo del anochecer. Nuestra visita de dos días a Santiago se puede definir así: Genuina, auténtica y vital.

Alquilamos un coche para hacer el recorrido de regreso a La Habana durante los próximos diez días. Nos acompañó la simpatiquísima Aymee. Una cicerone fantástica. Es bastante liado conducir en Cuba, por las escasas señalizaciones y el montón de gente haciendo la botella (autostop). Nos ahorramos un montón de tiempo gracias a su asesoramiento y consejos. Una guía con las páginas abiertas.

Nuestro destino después de Santiago fue Santo Domingo, lugar que sirve de campamento base para excursiones al parque Nacional de Sierra Maestra. Antes pasamos por Bayamo para visitar su interesante núcleo colonial. A la mañana siguiente, un 4×4 nos dejó en el mirador de los Altos del Naranjo. Desde allí parten dos senderos.

Uno va a la Comandancia de La Plata, donde Fidel Castro y sus seguidores fraguaron la revolución. El segundo sendero es la aventura de alcanzar el Pico Turquino, que con sus 1.974 metros es el más alto de Cuba. Nosotros escogimos éste… no para ir hasta la cima, sino que nos desviamos hacia la comunidad ecológica de La Platica. Recorrimos sus caminos entre casas de madera, huertos y corrales. Vida sana y tranquila. Otra experiencia auténtica y única de viajar a Cuba.

Viajar a Cuba. Una de las típicas iglesias en el centro de Camagüey

Una de las típicas iglesias en el centro de Camagüey

Después de pasar un día en Cayo Saetía, donde se puede disfrutar casi en soledad del mar esmeralda y visitar una curiosa reserva de cebras, jabalíes, venados, antílopes y toros, nos dirigimos hacia Camagüey, la antigua capital y tercera ciudad de Cuba. Es muy distinta a Santiago y La Habana. Su patrimonio monumental no es muy grande ni tampoco de gran importancia artística. No hay el abigarrado barroco de otras ciudades cubana.

En Camagüey todo es más discreto y sobrio. Esta diferencia es visible en sus edificios. No se advierte en ellos la presencia por el gusto palaciego. No hay alardes de ornamentación en las fachadas, pero puertas adentro, sus amplios patios interiores, sombreados por plantas aromáticas y con los típicos tinajones, dan personalidad a la ciudad.

Por esta razón, Camagüey es conocida también como la ‘ciudad de los tinajones´ por la cantidad de vasijas de barro de gran tamaño (algunas alcanzan los dos metros de altura y cuatro de diámetro) que se construyeron para recoger el agua de la lluvia.

La parte más antigua de la ciudad tiene un diseño muy peculiar. Calles estrechas, sin cuadrícula urbana, sin trazados rectilíneos, tejen una auténtico laberinto. Pasear por éstas es penetrar en su vida provinciana. Las plazas del Carmen, San Juan de Dios, Ignacio Agramonte son lugares que dibujan la personalidad única de Camagüey.

Hay muchas iglesias como la Mayor, la de la Soledad, la de la Merced. Nosotros nos montamos en un ‘carro-bicicleta’ para recorrerlas todas y conocer los rincones de sus barrios. Ibas parando, entrabas en ellas, caminabas por la zona para regresar después al peculiar vehículo. En Camagüey el ritmo es plácido.

Estuvimos dos días en Camagüey y nos alojamos en una casa particular. También recomendamos esta experiencia tan auténtica, que iríamos repitiendo hasta llegar a La Habana. Al día siguiente, camino de Trinidad nos paramos en el Valle de los Ingenios. En las primeras décadas del siglo XIX fueron los de mayor esplendor de la ciudad debido al azúcar que se producía en este valle.

En toda la zona hay restos de maquinarias, de casonas, de almacenes. Es como trasladarse a los tiempos de la fundación de Trinidad, es un testimonio de la floreciente época colonial. La hacienda productora de azúcar más famosa, es decir, el ingenio, es el de Manacas-Iznaga, con una torre de 45 metros de altura que servía para vigilar el trabajo de los esclavos y también para avisar de los incendios que se producían en sus alrededores.

Su campanario marcaba el inicio y el final de la jornada de las plantaciones de azúcar. Se puede subir. Desde arriba la vista del valle es espectacular. También desde el mirador de la Loma del Puerto, a 276 metros de altura, se tiene una magnífica panorámica.

Trinidad, una joya colonial

A mediodía llegamos a Trinidad, para nosotros una joya y uno de los motivos para viajar a Cuba (aunque estas cosas son muy personales). Es la ciudad colonial mejor conservada. La UNESCO la proclamó patrimonio de la Humanidad en 1988. La ciudad sorprende por sus calles empedradas, sus casas luciendo preciosos colores, sus iglesias, sus palacios, sus rejas y balaustradas, sus frescos patios interiores.

Es una ciudad pequeña, para pasear. Dedicadle al menos un par de días. Trinidad es para conocerla sin prisas y con muchas pausas para recrearse en la rancia atmósfera de su ambiente antiguo y colonial.

Viajar a Cuba. Plaza Mayor de Trinidad con la Iglesia de la Santísima Trinidad

Plaza Mayor de Trinidad con la Iglesia de la Santísima Trinidad

El centro del casco histórico es la Plaza Mayor, de la cual surgen estrechas calles. Es una zona tranquila con un jardín central con palmeras y cerrada por rejas blancas. Alrededor se alzan viejas casonas, palacios de antiguos notables y la iglesia de la Santísima Trinidad. Es una delicia –aunque las calles estén empedradas- caminar por las callejuelas, disfrutar de los vivos colores de paredes, puertas y rejas, sentarse un algún fresco patio interior a tomarse plácidamente un café.

Para culminar el día lo mejor es subir a la torre del campanario de la iglesia de San Francisco desde donde si divisa el irregular entramado de las callejuelas estrechas y los tejados de teja española. Y al fondo, el Caribe.

El destino de nuestra siguiente etapa era precisamente el mar. Habíamos reservado una cabaña en un cayo (pequeña isla, como hemos dicho más arriba) tranquilo, poco conocido por el gran turismo. Teníamos que atravesar la isla para llegar al Atlántico. Fue in día intenso, pero muy sabroso por los lugares que pudimos visitar. Primero, Cienfuegos, que es conocida como la ‘perla del sur’.

Estuvimos más de dos horas recorriendo su centro, con la Catedral, Ayuntamiento y el Teatro Terry como edificios emblemáticos. Agradables estéticamente y bien conservados. Caminar por el Paseo del Prado es obligado. Es un bulevar cuyo andén central es peatonal, con jardines, árboles y bancos de estilo colonial. El paseo está flanqueado por edificios porticados en los que se abren bares, cines, librerías, una heladería. En esta zona es donde palpita la vida de Cienfuegos.

Continuamos camino hasta llegar a Santa Clara. Una ciudad que no tiene el lustre de Trinidad o Cienfuegos. Su máximo interés histórico está en la enorme Plaza de la Revolución, presidida por una altiva estatua del Che Guevara en actitud rebelde. Transmite sensación de megalomanía, en el monumento puede leerse la carta de despedida, labrada en la piedra, premonitoria de la muerte que encontraría en Bolivia, a Fidel Castro. Debajo de la figura del Che, en un austero edificio en forma de bloque de piedra, está su Mausoleo.

Para entrar hay que descubrirse la cabeza y guardar absoluto silencio. Es como un lugar de culto. Una llama votiva recuerda la figura del mito cubano. En el museo contiguo, hay una síntesis histórica del guerrillero asesinado en la selva boliviana en 1967.

Se muestran diferentes vitrinas donde se exponen cantidad de recuerdos suyos: armas, fotografías, efectos personales, la gorra, la cazadora… El interés de la visita, por supuesto, no es estético, sino para palpar el carisma, el recuerdo, el respeto que los cubanos tienen por su héroe.

Viajar a Cuba. Una de las plazas de la preciosa población de Remedios

Una de las plazas de la preciosa población de Remedios

Nos detuvimos en Remedios dos horas más tarde. Una pequeña y encantadora población de 17.000 habitantes. Casas coloniales, plazas con soportales, las iglesias del Buen Viaje y de San Juan Bautista dibujan las personalidad del centro. Si visitáis Remedios poco antes de Navidad (no fue nuestro caso) coincidiréis con las famosas parrandas. Según nos contaron, son fiestas a lo grande con desfile de carrozas, música y bailes en plena calle. Aprovechamos para comer una empanada en un delicioso chiringuito.

Pudimos llegar al cayo por una carreterita construida sobre el mar con enormes bloques de piedra que sirven de base. A este tipo de carretera la llaman ‘pedraplén’. Produce una sensación extraña tener el mar a la derecha y a la izquierda de una calzada estrecha. A primera hora de la tarde ya estábamos en Cayo Las Brujas.

Disfrutamos tres días de su maravillosa playa de color turquesa. Estábamos prácticamente solos. Si estáis pensando viajar a Cuba, reservaros unos días para regalaros los sentidos con sus cálidas aguas, su sol tropical y las caricias de las brisas de la tarde… además de una magnifica gastronomía.

Viñales, el jardín de las plantaciones de tabaco

Después de estos días de relajo, enfilamos camino hacía Viñales con parada y noche en Playa Larga, en la histórica bahía de Cochinos bordeada de palmeras. Nos alojamos en una casa particular, con una portezuela en su parte posterior a pie del agua. Nos dimos un buen remojo, por la tarde y a primera hora de la mañana, en estas aguas de poca profundidad, transparentes, y con abundante vegetación en el fondo. La cena y el desayuno que nos preparó la señora de la casa fueron para recordar.

Viajar a Cuba. Plantaciones de tabaco en el valle de Viñales

Plantaciones de tabaco en el valle de Viñales

Teníamos muchas ganas de llegar a Viñales. Habíamos leído que estaba en un valle hermosísimo. Y así es. Es una zona que al viajar a Cuba no se puede perder. El paisaje, llano en su mayor parte, sólo lo alteran los mogotes cubiertos de vegetación. Los mogotes son formaciones de roca calcárea, del período jurásico, que surgen del suelo adoptando curiosas formas.

Su naturaleza calcárea y la acción erosiva del tiempo han provocado que estos mogotes estén horadados por innumerables cuevas, algunas surcadas por ríos subterráneos. Entramos en una de ellas. En el acceso te dan linternas y si quieres –no fue nuestro caso- te puedes bañar en su interior.

Nos alojamos en casa de un agradable matrimonio. La señora nos sirvió una magnífica cena vegetal y el marido se ofreció para acompañarnos la mañana siguiente a las plantaciones de tabaco. Fue interesantísimo entrar en cabañas y secadores donde nos explicaron el proceso de elaboración de los famosísimos puros habanos.

También pudimos percatarnos de la dureza de este trabajo que un padre e hijo parecían realizar con celo y orgullo. Además del tabaco, la zona es fértil para plantaciones de plátanos, yucas, café, patatas, frijoles, piñas y otros productos. Esta experiencia tan directa es uno de los mejores recuerdos que nos trajimos de Cuba.

Nuestro viaje a Cuba estaba cerca del final. Después de pasar dos días fantásticos en Viñales, regresamos a La Habana. Quisimos aprovechar al máximo el tiempo. Llegamos a mediodía. Dejamos el equipaje en el hotel y en coco-taxi nos fuimos a Cojimar, un pequeño pueblo de pescadores que ambientó la famosa novela de Hemingway El viejo y el mar. Es un lugar pintoresco con un pequeño busto en homenaje al genial escritor. Desde este pueblecito partían los balseros que salían de Cuba hacia la cercana costa de Estados Unidos.

El trayecto de ida y vuelta nos lo amenizó el motorista. No paraba de hablar, de contar historias, que aún no sabemos si se las inventaba o eran reales, pero muy divertidas, y a cada chica que se cruzaba por la calle, le dedicaba simpáticos e ingeniosos piropos, siempre bien recibidos. A mediodía del día siguiente, con enorme pena, fuimos hacia el aeropuerto. Detrás quedaban una experiencia y recuerdos inolvidables. Viajar a Cuba fue una experiencia irrepetible. Ojalá que los cambios que llegan a la isla no desvirtúen su esencia.

Publicado en el Nº20 de Magellan

Cuba, con ritmo propio

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1 comentarios

Jose Antonio Arcila 04/05/2019 - 12:28

Hola Josep. Me ha encantado tu artículo sobre Cuba, claro y directo y muy bien escrito. Iba a comprar una guía de ese país que nunca he visitado pero tu artículo es la mejor guía que uno podría tener. Estoy pensando en ir solo para poder aprovechar todo más. En fin, gracias por tu descripción de ese país y ahora voy a devorar otros artículos que veo tienes escritos. Saludos

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