Isla de Pascua, viaje hacia el enigma

por Josep Prats

Volamos desde Santiago de Chile a la recóndita Isla de Pascua para admirar sus impresionantes y enigmáticos ‘moais’

A las siete de la mañana salíamos del hotel dirección al aeropuerto. Habíamos pasado tres días visitando Santiago de Chile y nos aguardaba un colofón de viaje fascinante: La Isla de Pascua. Sentíamos una agitación especial. Habíamos leído mucho sobre este remoto destino, navegado por webs para ver videos, pero sabíamos que la realidad iba a desbordar las ideas preconcebidas que teníamos.

Nos separaban 3.800 kilómetros, unas cinco horas de vuelo, para aterrizar en aquel micromundo inmerso en interrogantes y misterios. Todo eran preguntas: ¿Cómo surgió una cultura única en un lugar tan remoto? ¿De dónde venían sus primeros pobladores? ¿Cómo podían vivir y abastecerse en tal aislamiento? ¿Por qué esculpieron gigantes de piedra como los moai? ¿Qué significaban? ¿Dioses o ancestros? ¿Cómo fueron capaces de mover estas moles si no habían descubierto la rueda? ¿Qué sucedió para que aquella cultura desapareciera súbitamente?

Tal eran las ansias de llegar que el viaje se nos hizo muy largo. Desde cabina, el comandante anunció que en media hora íbamos a aterrizar. Una recomendación, si viajáis a la isla de Pascua: Cuando llegue este momento intentad mirar por la ventanilla. Tendréis una primera percepción de impacto: una pequeñísima isla en medio del intenso azul del Pacífico.

Alejada del mundo y solitaria. Sólo unos 165 kilómetros cuadrados. Color ocre-gris, que delata su origen volcánico, con un tapizado verde de vegetación. La roca se corta abruptamente, como si hubiera sido golpeada por un martillo gigante, formando abruptos acantilados. Una corona de espuma de mar rodea el litoral.

El avión en su descenso pasa muy cerca del cráter del Rano Kau y podemos disfrutar de la primera vista del verde azulado del humedal que cobija en su interior (una maravilla botánica la disfrutaréis de cerca cuando visitéis el volcán). Desde arriba se aprecia la forma triangular de la isla con un volcán en cada vértice.

Preparad vuestras cámaras. La llegada es un recuerdo para siempre. El avión te deja a escasos metros de una terminal que nada tiene que ver con los edificios convencionales de los aeropuertos. Su diseño es el típico de las casas de Hanga Roa, su pequeña capital.

Habíamos reservado una cabaña en un lodge cercano a esta población. Por internet  vimos que estaban encaradas al mar. No quisimos perdernos la oportunidad de un amanecer o atardecer mirando al Pacífico. Llegamos y ni tan siquiera abrimos las maletas. ¡Ni nos duchamos! Era tal la ansiedad por tener nuestro primer contacto con la isla, que dejamos para la noche las rutinas tras un largo viaje. Una ansiedad que se aceleró cuando desde la ventana de nuestra cabaña vislumbramos a lo lejos la pequeña silueta de un moai junto al mar.

Estábamos a poco más de un kilómetro. Hacia allá nos fuimos. A lo largo de un camino ancho y algo pedregoso veíamos como este moai iba creciendo. Hasta que llegó el gran momento de encontrarnos con él. Era el Ahu Tahai. A unos diez minutos andando de la capital Hanga Roa. Nuestro primer reflejo fue fotografiar el perfil de este moai con las casas de la población al fondo con el marco azul de la bahía.

Antes de seguir hay que explicar que un ahu es una plataforma ceremonial formada por bloques de piedras, a la que se accede por una rampa adoquinada, encima de la cual se colocaban los moais. A lo largo de la isla de Pascua vamos a encontrar muchos de estos altares religiosos.

Ahu Ko Te Riku

Ahu Ko Te Riku, un moai de 5 metros de altura que fue restaurado para mostrar cómo eran estos gigantes en su época de esplendor.

Hay que ser muy respetuoso. Las autoridades locales son muy celosas de sus reliquias históricas y está totalmente prohibido subir a un altar o tocar a un moai. Hay carteles que lo advierten. Vale la pena seguir estas normas de respeto para preservar el imponente legado de una cultura única.

A pocos metros, a la izquierda, un segundo altar, el Ahu Vari Uri. Uno de los más antiguos sobre el que se alzan restos de cinco moai que revelan los efectos de una erosión que ha ido difuminando sus rostros y formas. Y a la derecha, un tercero. Este muy peculiar. El altar llamado Ahu Ko te Riku está formado por un solo moai de cinco metros (se cree que fue tallado en el siglo IX).

Luce un pukao (sombrero rojizo de cuyo origen hablaremos más adelante) y se han reconstruido sus ojos en base a un original encontrado en el norte de la isla hecho de coral blanco, con un círculo de piedra volcánica rojiza como pupila. Esta mirada pétrea e inmóvil desde las alturas de un gigante de piedra fue para nosotros el primer impacto para entender el poder que estas moles ejercían sobre la mente de los poblados a los que impertérritamente observaban. A lo largo de nuestro recorrido por la isla esta experiencia se iría repitiendo.

Nos pasamos más de una hora experimentando el magnetismo de este lugar con un el intenso azul del Pacífico como escenario de fondo. Después decidimos recorrer Hanga Roa, que en el idioma nativo Rapa Nui significa ‘bahía amplia’ y describe perfectamente donde se ubica esta población cuyo censo en el 2012 era de 5.761 habitantes, el 95% de los que residen en la isla. Aún no habíamos digerido que estábamos en un lugar tan remoto.

Queríamos patear… pero no hay mucho para patear. Es una población pequeña con dos avenidas, Atamu Tekema y Avareipua,  que aglutinan tiendas, restaurantes, hoteles. No hay edificios altos, ni hoteles de diseño. Las casas son de construcción rudimentaria con la madera de elemento básico, sin uniformidad, pero con vida y colorido. Nada convencional, pero con mucho sabor.

Isla de Pascua. Hanga Roa

Vista de Hanga Roa, la capital de Isla de Pascua que aglutina el 95% de la población.

Hanga Roa tiene buena oferta de actividades turísticas, excursiones, música y danzas tradicionales. Recomendamos visitar la iglesia parroquial, el museo etnográfico y el mercado de artesanías. Nos sentamos en un chiringuito de cara a la bahía.

Recapitulamos las pocas cosas que sabíamos. Por ejemplo, el nombre de la isla de Pascua en lengua nativa es Rapa Nui, que significa Isla Grande. Su nombre actual proviene de 1722 cuando una expedición holandesa comandada por Jakob Roggeveen llegó aquel remoto lugar del que no se tenían noticias ni estaba registrado en ningún mapa. Como era el día de Pascua de Resurrección la bautizaron como isla de Pascua.

Los rasgos de los nativos que hunden sus raíces generacionales hasta los tiempos de los moais son polinesios y la mayoría hablan el idioma ancestral rapa nui, aunque el oficial sea el castellano al pertenecer a Chile. Que, por cierto, los del lugar no parecen llevarlo muy bien según pudimos entender por un cartel que decía así: ‘Isla de Pascua pertenece a Chile pero no es Chile’. En la calle se observa esta mezcla entre nativos y chilenos venidos de la metrópoli para explotar el filón del turismo.

El sol iniciaba su descenso y decidimos regresar al centro ceremonial Ahu Tahai que nos cogía de regreso a nuestro lodge. Su nombre significa en lengua nativa ‘El lugar donde se pone el sol’. Nos sentamos en la explanada de hierba a la espera de este regalo visual.

No estábamos solos. Había bastante gente aguardando el momento mágico. Fue algo así como una secuencia estética a cámara lenta. El descenso del sol combinando con las nubes iba ofreciendo tonalidades rosas, azules, grises hasta encenderse en un intenso rojo antes de acariciar el horizonte del Pacífico. Era un final precioso a nuestro primer día.

Las fascinantes miradas de piedra de la isla de Pascua

Decidimos alquilar un coche para recorrer la isla. Allí no hay oficinas de renting tipo Avis. Los coches los alquilan particulares. Contactamos con un señor super amable de Santiago de Chile. A las nueve de la mañana ya teníamos el Suzuki Vitara cerca de nuestra cabaña. Lo único que nos pidió es que le devolviéramos el vehículo con el depósito lleno como nos lo había dejado. Ninguna otra formalidad. Apretón de manos, subimos al Suzuki para iniciar un camino que intuíamos apasionante.

La isla de Pascua es pequeña, de un lado a otro hay sólo 18 kilómetros. Hay dos vías asfaltadas, la del centro y la de la costa este. Es decir, en dos o tres días puedes tener suficiente, pero nosotros estuvimos cinco. Lo recomendamos si podéis.  No se trata sólo de ver, sino de vivir. Es una experiencia única concentrarse mirando un moai, observándolo desde distintos ángulos, sólo o junto a sus ‘compañeros’ de altar ceremonial.

Isla de Pascua. Ahu Tongariki

Ahu Tongariki, la plataforma de moais más monumental de la isla

También es interesante poder contemplar los gigantes de piedra en diferentes horas del día, cuando el sol ofrece tonalidades, sombras, ángulos distintos. Es como una película con imágenes del mismo objeto cuyos matices de colores diferentes parecen darle vida y significado. Una visión profunda y no superficial.

Nuestro primer destino fue el Ahu Tongariki, la plataforma más monumental, de 100 metros y 15 moais. Cogimos la carretera del este. Nos saltamos lugares arqueológicos  que dejamos para el último día. En poco más de media hora llegamos a aquella imponente panorámica. Colosos de piedra volcánica, de espaldas a la brumosa bahía escarpada de piedras con el arco azul profundo de mar coronado por el blanco de la espuma.

Desde la altura –el moai más alto del Tongariki tiene quince metros- su mirada imponía, o mejor, acongojaba. A espaldas del mar, éste es el impacto que debían producir en los poblados a pocos metros de sus pies. Nuestro destino siguiente fue la playa de Anakena. La leyenda tradicional cuenta que en esta bahía desembarcó su primer soberano, Hoto Matu’a con su esposa Vakai y su hermana Ava Rei Pu’a procedentes de la Polinesia central.

El rey había recibido en sueños el mensaje de que su continente Hiva se iba a hundir y desaparecer bajo el mar. A llegar a Anakena quedó maravillado y fijó su residencia en aquel paraje idílico. De allí surgió la raíz polinesia de los nativos de la Isla de Pascua según la tradición. Se conoce el lugar como el Valle de los Reyes Rapa Nui.

Ahu Nau Nau

Ahu Nau Nau, altar ceremonial en la playa de Anakena

A escasos metros de la orilla de arena blanca se levantó una plataforma con siete moais: El Ahu Nau Nau. Están de espaldas al mar y cuatro de ellos lucen pukaos (sombreros). El lugar nos ofrece una postal preciosa: Los cinco gigantes de piedra, entre palmeras y con el azul turquesa del océano al fondo, que hace resaltar el rojo de sus pukaos.

Esta playa es el mejor lugar de la isla para bañarse y tomar el sol. Es muy popular. Los días de fiesta se llena de gente. Nosotros quisimos coincidir con uno de estos festivos para vivir el ambiente. Hay chiringuitos, barbacoas, vestuarios, servicios y una amplia zona de aparcamiento. Fue toda una experiencia tomarse una torta de atún en una modesta mesa, con la arena blanca a los pies, el Pacífico de fondo, niños jugando y familias disfrutando al aire libre.

En esta playa hay otra plataforma, el Ahu Ature Huki, con un solo moai, que muestra la erosión de los tiempos. Se supone que es uno de los más antiguos, de una época muy anterior al vecino Ahu Nau Nau. Después de caminar junto a la orilla, observa los moais desde distintos ángulos regresamos al coche. Desde Anakena un trazado asfaltado te lleva hasta Hanga Roa. Tomamos esta ruta.

Isla de Pascua. Ahu Akivi

Ahu Akivi, conjunto levantado en la parte central de la isla

Antes de llegar a la población hay un desvío a mano derecha, que conduce a otro de los lugares emblemáticos: El Ahu Akivi. El tramo es pedregoso, pero no complicado. Antes de llegar a esta plataforma, recomendamos torcer hacia la izquierda, hacia Puna Pau, la cantera de piedra volcánica roja con la que se esculpían los pukaos.

El camino es en subida, pero se puede ir en coche. Arriba se despliega una bonita panorámica de la isla con Hanga Roa al fondo. Impresiona ver pukaos, unos que no llegaron a colocarse encima de un moai y otros sin terminar de esculpir, esparcidos por el suelo. Los hay de dos metros de diámetro y tres de altura.

Nos impresionó tocar aquellas gigantescas piezas porosas de color rojo. Estos ‘sombreros’ fueron una producción tardía (se especula que fue del siglo XV) y sólo el 10% de los moais lucía este pesadísimo tocado. Regresamos al coche. El Ahu Akivi nos estaba esperando. Nuestro objetivo era llegar sobre las cuatro de la tarde cuando el sol iniciara su descenso. Habíamos leído que era cuando sus rayos iluminaban de forma esplendorosa a las figuras.

Nos encontramos con otra preciosa postal: Una plataforma con siete esculturas relucientes a la luz del sol en contraste con un cielo azul con esponjosas nubes blancas. Esta plataforma tiene la peculiaridad de que no se construyó en la costa y a espaldas del mar.

Rano Raraku

Cabezas de moais en la cantera de Rano Raraku

Está en la zona central de la isla de Pascua y la mirada de los moais se dirige a una supuesta aldea que tenían bajo su mirada. No es tan monumental como el Ahu Tongariki ni sus figuras tan detalladas como el Ahu Nau Nau,  pero imponen igual. Pasamos un buen rato. Fotografiando el conjunto y los moai uno por uno. La luz le daba fuerza a las imágenes.

Antes de regresar a nuestro lodge quisimos hacer una primera visita al volcán Rano Kau y a la ciudadela ceremonial de Orongo. El sol estaba en su descenso y a media tarde tenía que dar una iluminación especial al cráter y al acantilado sobre el que se construyó la aldea. Hay taquilla, pero quedaba sólo media hora para el cierre y nos dejaron pasar sin pagar.

Los ángulos de los rayos solares rebotaban sobre el océano dando tonalidades oscuras al azul y brillo a los peñascos y la espuma que los rodeaba. Estábamos solos y a aquella escena cromática se añadían los soplidos de ráfagas de viento que anunciaban el inicio del atardecer. No apuramos la visita.

Ibamos a regresar dos días después a primera hora para ver contrastes de luz diferentes. Antes de cenar quisimos cerrar el día como lo hicimos en el atardecer anterior: Disfrutando de otra puesta de sol en el Ahu Tahai. Este iba ser nuestro ritual de cada jornada hasta nuestra marcha.

Los enigmas de la Isla de Pascua

Antes de acostarnos rebobinamos las experiencias del día y las intentamos situar en el contexto de datos históricos que habíamos leído y que situaban la llegada de los primeros pobladores de la isla (que, como hemos visto antes, la leyenda nos dice que procedían de la Polinesia, quizás las islas Marquesas) entre los años 600 al 800 d.c. Sobre el 700 se construye el altar Ahu Tahai, el que tiene un solo moai y está a pocos minutos de Hanga Roa.

A partir del 900 las moles de piedra se hacen más estilizadas y entre el 1000 y 1200 son los años álgidos de la construcción de moais. Probablemente el Ahu Tongariki es de esta época. Sobre 1450 se erige el Ahu Akivi. Y de forma sorprendente a partir de 1650 se dejan de construir moais. En nuestra última jornada quisimos ir a los lugares que escenifican cómo la cultura de los moais se derribó –lo decimos en el sentido literal de la palabra- de forma brusca.

Rano Rau

Interior del cráter Rano Rau, relleno de agua y una riquísima flora

Pero antes había que ir a los orígenes, al volcán Rano Raraku, que habíamos visto en la lejanía desde el Ahu Tongariki. Allí está la cantera de los moais, el origen de todos los enigmas que rodean la isla. Tomamos la ruta que nos había llevado el día anterior hacia aquella plataforma, pero antes de llegar nos desviamos hacia la falda del volcán.

Hay una amplia zona para dejar el coche. Se paga entrada y el mismo tiquet también te da acceso al volcán Rano Kau y la aldea de Orongo si quieres hacer la visita el mismo día. No lo aconsejamos. La cantera de los moais merece horas de visita no un repaso rápido. Y os recomiendo que dividáis la vivista en mañana y tarde.

El recorrido del sol ofrece perspectivas diferentes de los moais. Hay senderos señalizados. No os salgáis de éstos, no intentéis tocar los moais. Hay vigilancia e incluso voluntarios de paisano que te llamarán la atención si hace falta. Como os dije al principio, la gente de la isla es muy celosa de su patrimonio. Rano Raraku es un museo al aire libre, compuesto de moais que no llegaron a trasladarse a sus plataformas y otros que no acabaron de esculpirse.

Las enormes figuras se esparcen por la ladera del volcán y el interior del cráter. La mayoría sólo asoman su cabeza. Y desde los senderos te puedes colocar en una posición para mirar de cerca y frontalmente a las cuencas de los ojos de los moais. La sensación que tuvimos es que aquellas figuras que parecían inexpresivas en las fotos de los libros, en la realidad transmiten una fuerza autoritaria, dogmática, coercitiva, entre dios y humano.

No eran figuras para la estética, sino para imponer. Por supuesto, es una apreciación personal. La cantera es el lugar perfecto para entender cómo ‘nacieron’ estos gigantes de piedra y después valorar las diferentes teorías de cómo fueron trasladados a sus plataformas.

El derribo de moais y el ‘Hombre Pájaro’

Nuestro cuarto día lo iniciamos en el volcán Rano Kau. Fuimos a primera hora. Hay una amplia pista sin asfalto para llegar a la cresta del volcán. Es uno de los lugares más impresionantes de la isla con una fuerza de colores fantástica. El cráter está lleno de agua y su riqueza en sales alimenta una maravillosa flora que lo convierte en un jardín fantástico para los estudios de botánicos de todo el mundo.

moais

Las sangrientas guerras entre tribus acababan con el derribo de los moais de los vencidos

Está prohibido bajar al cráter por su peligrosidad, pero una gran experiencia es bordearlo para deleitarse con la riqueza interior de colores verde, azul, violenta, gris que destella brillos distintos según del ángulo que se observa. La imagen de esta sinfonía de colores, combinada con el ocre de las paredes interiores del cráter y el azul del Pacífico que se asoma por una ancha hendidura de la cresta, es un recuerdo mágico tanto para la retina como para las cámaras fotográficas.

En el extremo suroeste del cráter se encuentra la aldea de Orongo, un centro ceremonial que habíamos visitado de forma muy breve el día anterior. Hoy le íbamos a dar todo el tiempo para que su significado nos penetrara. Pero para entender la ceremonia del ‘Hombre Pájaro’ hay que retroceder al derrumbe de la cultura de los moais.

¿Qué pasó en la isla de Pascua para que desde el año 1650 de golpe se dejaran de erigir aquellos gigantes de piedra que habían sido elemento de cohesión social? ¿Por qué se produjo un cambio tan radical de creencias? Hay la teoría, que hemos esbozado antes, de que la tala de árboles para transportar moais había desequilibrado el ecosistema. Otra teoría explica que los rapa nui cavaron su tumba por la explotación descontrolada de su entorno y el continuo incremento demográfico en un medio frágil y limitado por su aislamiento geográfico, que les dejó sin recursos naturales para subsistir.

Por una razón u otra, las tribus locales se enzarzaron en terribles y sangrientas guerras. No había comida para todos. El hambre les llevó a crueldades extremas. El símbolo de una victoria era derribar los moais de la tribu contraria, extraer sus ojos para quitarles su fuerza. Era acabar con la protección de los ancestros, de su influencia sobre sus líderes, era una forma de aniquilar la tribu rival tanto física como moralmente. La magia de los moais también se vino abajo. Pero las guerras no solucionaron el problema del hambre. Lo agravaron.

Los jefes de las tribus idearon un nuevo sistema para evitar la autodestrucción. La cultura de los moais fue sustituida por otro sistema de creencias denominado Make Make, nombre de un dios creador. La principal costumbre de este nuevo sistema era la ceremonia que se celebraba cada primavera en la aldea de Orongo. Esta ceremonia servía para elegir al Tangata Manu, el ‘Hombre Pájaro’. Cada tribu elegía a su representante.

Isla de Pascua. aldea ceremonial de Orongo

Las diminutas entradas de las casas de la aldea ceremonial de Orongo

Pasaba tiempo preparándose, en nuestro lenguaje actual diríamos entrenándose, ya que la prueba era de gran exigencia física. Cuando llegaba el día se concentraban en los pequeños habitáculos de la aldea. La competición consistía en descender el casi vertical acantilado de 400 metros de Rano Kau, nadar en un mar infectado de tiburones hasta el islote Motu Nui. Allí debían recoger el huevo de una ave migratoria denominada en los libros charrán sombrío y regresar a la aldea, atravesando de nuevo el brazo de mar y escalando el acantilado.

El primero que llegara con el huevo sin romper sería el ganador, el ‘Hombre Pájaro’ y su clan mandaría en la isla durante aquel año. La pelea para conseguir el huevo era a muerte. La mayoría de los participantes no regresaba. Este ritual era la envoltura religiosa de una decisión pragmática: la de acabar con las guerras entre tribus que habían devastado la isla y derrumbado a los moais.

La batalla se reducía al plano individual de los que participaban en la competición del ‘Hombre Pájaro’. Morían unos pocos en la pugna y se conseguía lo más importante: la tribu del ganador iba a mandar durante aquel año y todos lo aceptaban bajo el manto ceremonial del dios creador. La ceremonia servía como factor estabilizador para evitar el genocidio. Nadie iba a discutir quién era la autoridad durante aquel período. Así acabaron las guerras. Un cambio de creencias inteligente.

No queríamos acabar nuestro último día sin encontrarnos con otro de los enigmas de la isla de Pascua: Te Pito Cura. Es una bola esférica, lisa, posada en el suelo, que dos brazos abiertos no abarcan, situada dentro de un muro de piedras circular, y acompañada por otras cuatro más pequeñas a modo de asiento.

La leyenda cuenta que el rey Hotu Matu’a llegó a la isla de Pascua con esta enorme piedra portadora de su poder espiritual. Esta bola tiene una alta cantidad de hierro y, según dicen, se calienta más que las otras (nosotros no lo notamos) y la tradición le otorga por este motivo algunos poderes por supuesto no comprobados. Lo que se comprueba es que su componente de hierro ocasiona un comportamiento extraño en las brújulas.

A estas rocas le debe la isla su otro nombre: Te Pito o Te Henua, el Ombligo del Mundo. Curioso que los antepasados rapa nui pusieran este nombre a un lugar tan remoto.

Te Pito Kura

Te Pito Kura, una piedra esférica lisa. La tradición dice que fue traída de la Polinesia por el primer rey para transmitir su fuerza. A ella se le debe otro nombre de la isla: Te Pito o Te Henua, el Ombligo del Mundo

Regresamos a Hanga Roa. Asistimos a nuestra última puesta de sol, la de la despedida . Por la noche preparamos nuestro equipaje. Aún estábamos en la isla de Pascua y ya nos invadía un sentimiento de nostalgia por aquel mundo único que habíamos vivido en pocos días.

A la mañana siguiente recorrido por el Mercado de Artesanías para hacer unas compras y desplazamiento hacia el aeropuerto. El regreso fue muy largo. Santiago de Chile, Buenos Aires, Barcelona. Pero el recuerdo de la enigmática isla de Pascua fue el mejor compañero de viaje.

Hoy es siempre todavía

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