Seguramente la Isla Reunión es uno de esos destinos que uno espera disfrutar con motivo de alguna celebración. Pero… si solo se vive una vez, ¿por qué esperar a una ocasión especial?
Viajar a la Isla Reunión desde un país de la Unión Europea resulta muy fácil, ya que al ser un Departamento de Ultramar de Francia no hace falta ni pasaporte, ni visado, ni hacer cambio de moneda. Tan solo con el Documento Nacional de Identidad (DNI) en el bolsillo nos podemos plantar en una isla volcánica del océano Índico situada a 880 km al este de Madagascar, a 210 km de la Isla Mauricio y a once horas de vuelo desde París.
La Isla Reunión cuenta con 210 km de costa, una zona montañosa espectacular con tres círculos que rodean en forma de hoja de trébol el pico más alto de la isla, el Piton des Neiges (3.070 m), y el volcán activo de La Reunión, el Piton de la Fournaise, situado al sur-este.
La zona de la costa también resulta peculiar, ya que se diferencia entre la costa del norte, con la capital y sus alrededores, la costa oeste, donde se encuentran las playas de arena blanca y se concentra el turismo, y la costa este, más húmeda y salvaje y, en mi parecer, la más singular e interesante.
La Isla Reunión no suele ser un destino turístico por sus playas, puesto que en la mayoría de ellas está prohibido el baño por la presencia de tiburones. Esto puede parecer devastador para una isla tropical, pero lo bueno es que no se ha convertido en un lugar masificado por el turismo y le ha permitido mantener su encanto.
Nosotros fuimos en el mes de julio, en plena estación seca, pues en la isla predomina el clima tropical y en los meses de verano europeo (invierno austral), las temperaturas son suaves, la humedad no es tan acentuada y las precipitaciones son menos frecuentes y menos intensas.
No obstante, incluso en la estación seca es habitual que llueva bastante, pues La Reunión es uno de los lugares del mundo donde se registran más precipitaciones al año. Durante nuestra estancia llovió todos los días, sobre todo por la noche cuando las temperaturas disminuían.
Comprobamos que en esta isla del océano Índico de 2.512 km2 hay numerosos microclimas en pocos kilómetros de distancia, así que en un mismo día podíamos pasar del sol cálido a la lluvia intensa, luego al viento, a la niebla, al cielo gris y de nuevo al sol abrumador.
Isla Reunión, un recorrido inolvidable
A nuestra llegada alquilamos un coche en el mismo aeropuerto Roland Garros y nos lanzamos a la aventura. Empezamos nuestro recorrido por Saint-Denis, su capital. Allí caminamos por el paseo marítimo, el Barachois, con sus palmeras y cañones apuntando hacia el mar salpicado. Seguimos por l’Avenue de Victoire y la Rue de Paris, entre coloridas casas criollas y mansiones que recuerdan su pasado colonial, como la antigua sede de la Compañía de Indias.
También nos acercamos al mercado, a la Catedral Sainte-Marie, a la Grand Mosquée (la Gran Mezquita), a la pagoda y al templo tamil, reflejo de la diversidad de culturas, razas y religiones que conviven en La Reunión con una naturalidad ejemplar y que hacen de la isla un lugar tan característico y especial.
Después de un café en el Paul Barachois, nos pusimos en marcha dirección hacia el sur por la carretera N1, una de las pocas carreteras principales que rodean la isla. En realidad sólo hay una única carretera que bordea toda la costa y que da la vuelta entera. Lo único que cambia es la numeración, el número de carriles y su estado.
Pasamos por los pueblos de la costa oeste: Saint-Paul, Saint-Gilles-les Bains, Saint-Leu y Saint-Louis antes de llegar a Saint-Pierre, donde estableceríamos nuestro campo base.
De la costa oeste, además de las famosas playas de arena blanca Boucan Canot y L’Hermitage donde está permitido el baño gracias a la barrera de coral que las protege, cabe destacar el mercado semanal de Saint-Paul, instalado en el paseo marítimo con numerosas paradas donde uno puede comprar productos frescos, degustar la variada y rica gastronomía de la isla, pasearse al ritmo de la música en directo entre vendedores que ofrecen productos locales como vainilla y especies, así como artesanía infinita hecha de hojas de palmera y un sinfín de artículos varios.
En Saint-Leu visitamos Mascarin, el Jardín Botánico de la Isla Reunión que cuenta con ocho colecciones vegetales excepcionales que permite conocer y entender mejor la flora de La Reunión y el conjunto de las islas Mascareñas. También nos acercamos a Kelonia, centro de observación, investigación y recuperación de especies marinas, especialmente las tortugas.
De ahí nos sorprendió especialmente la colección de objetos antiguos y esculturas hechas con la cáscara y la piel de este entrañable reptil: desde cuchillos y cucharas hasta tazas de té pasando por paraguas, abanicos y peines. Por suerte hoy es un animal protegido y ya no se permite dicha actividad.
En Saint-Pierre alquilamos un apartamento alejado del pueblo y rodeado de campos de caña de azúcar donde podíamos disfrutar de unos atardeceres inolvidables. Desde este pueblo del sur salimos el resto de los días a explorar los tesoros de la Isla Reunión.
De la costa sud-este me enamoré de las playas Grand Anse y Anse des Cascades, y del viejo puerto Quai de Sel, lugares donde la natura salvaje y la belleza se unen y crean lo indescriptible. Me sentí una hormiga ante Goliat en la Route des Laves, un recorrido de 31 km por la N2 que cruza el camino natural de la lava que llega hasta el mar sin piedad cuando el volcán entra en erupción. La iglesia del Piton de Sainte-Rose es el testimonio indiscutible de los efectos de la actividad del Piton de la Fournaise, puesto que aún se puede ver a su alrededor el río de lava que la dejó colgada.
De ahí, seguimos hacia Saint-Benoît pasando por la iglesia barroca Sainte-Anne, conocida por la película de François Truffaut, La Sirène du Mississipi (1969), y llegamos al suntuoso valle de Takamaka nutrido de profundos cañones y rodeado de frondosas paredes con numerosas cascadas vertiginosas, como el salto de agua Arc-en-Ciel.
Desde el pueblo de Saint-Louis fuimos subiendo hacia el Piton de la Fournaise por un sinfín de curvas y elevación del terreno que quita el aliento. Uno se tiene que resistir por no pararse a cada momento a disfrutar de las vistas panorámicas que le ofrece el camino, pero hay por lo menos dos que la parada es casi obligatoria: uno es el mirador con vistas al Plaine des Cafres y el Piton des Neiges, y el otro es el mirador Nez de Boeuf, con vistas al valle Rivière des Remparts.
A medida que íbamos avanzando observamos que la vegetación iba menguando hasta llegar al desierto más árido formado de piedras de lava que dejan un paisaje desolador más propio de una superficie lunar que de una isla tropical. Al final de la carretera llegamos al Pas de Bellecombe (2.300 m), el mejor mirador donde pudimos admirar el Piton de la Fournaise, su cráter principal, el cráter Dolomieu, y el cráter Formica Leo, uno de los pequeños y el que pisamos su interior.
Cuentan que hay una leyenda de un tesoro escondido en la isla por un pirata. No sé si será cierto o no, pero lo que sí sé es que los tres circos son un auténtico tesoro de la Isla Reunión. De hecho, los pueblos o aldeas que se albergan en ellos tienen su origen en los esclavos, conocidos como “les marrons”, que huían de la esclavitud, concentrada mayoritariamente en las plantaciones de caña de azúcar de la costa, y de los cazadores de “marrons” que tenían la misión de devolver los esclavos vivos o muertos a sus capataces.
La abolición de la esclavitud fue en 1848, y sorprendentemente aún se mantienen aldeas en lugares insospechados con accesos casi imposibles, como es el caso del Circo de Mafate, solo accesible en helicóptero o a pie por senderos reservados para los amantes del senderismo. Por suerte es alcanzable a vista de pájaro gracias al mirador de Maïdo (2.225 m), el balcón de Mafate.
El Circo de Salazie presume de tener los pueblos más bonitos, como Hell-Bourg y Grand Îlet, con sus casas coloridas y sus lambrequines que caen de los tejados, pero una vez más la belleza de la naturaleza vence a la mano humana con sus montañas y las numerosas cascadas, como el Voile de la Mariée (el velo de la novia).
Desde el mirador situado en la cima de La Roche Merveilleuse divisamos el Circo de Cilaos. Con Le Piton des Neiges a nuestras espaldas, desde ahí pudimos entender cómo es este circo desde un punto de vista geológico y ver Le col du Taïbit, por donde los senderistas bien preparados pasan al otro lado y llegan al Circo de Mafate.
Desde aquí también se puede ver un diminuto pueblo en la cima de una montaña, y es que si de todos los pueblos y aldeas me tuviera que quedar con alguno, este sería l’Îlet-à-Cordes: un pueblo situado a 1.100 m de altitud que debe su nombre a las lianas o cuerdas que utilizaban los “marrons” para llegar hasta él.
Pues era tan inaccesible que solo podían llegar trepando y escalando con la ayuda de unas cuerdas. Hoy en día llega una carretera estrecha con un sinfín de curvas casi imposibles, pero aun así, cuando uno consigue llegar se da cuenta que ha sido y sigue siendo uno de esos lugares olvidados por el tiempo, confinado en un rincón de una isla en medio del océano Índico.
Publicado en el Nº24 de Magellan
1 comentarios
Me ha encantado tu relato sobre Reunión. Nosotros acabamos de llegar, y ya quiero volver!. Es uno de esos lugares que no puedes dejar de conocer si eres amante de la montaña, la naturaleza en estado puro. Hemos conocido sus tres zonas volcánicas, sus playas, hemos volado en parapente, avistado ballenas, hemos caminado por senderos maravillosos y duros, hemos hecho snorkel en las playas de coral y hasta hemos volado en helicóptero por toda la isla, una pasada la verdad.
Pero lo mejor es que el 29 de Julio estábamos en el Pitón de la Furnese, y nos prohibieron seguir por erupción volcánica! Que más se puede pedir …pues así ha Sido Reunión, mezcla de culturas, y de actividades
Muy muy recomendable.