Crónica entre esquíes y mezquitas

por Javier Benitez Piccini

Hace 8 meses, en diciembre del año 1398, si, es correcto, pero en Irán, y febrero de 2020 en occidente, en Neuquén, en mi pujante pero pequeña ciudad del norte de la Patagonia Argentina, Claudia y quien escribe, desbordantes de ansiedad, iniciamos nuestro viaje a Irán.

¿Por qué Iran?

Irán forma parte de un viejo anhelo viajero. Primero, por el placer que encuentro en conocer lo diferente a mi cultura, mucho más cuando esos destinos parecen elevarse al carácter de místicos dada la escasez de información turística que existe, dando lugar a que la imaginación pasee sin límites.

En segundo término, la motivación es dilucidar esa dicotomía existente entre la siempre favorable opinión de los crecientes pero aún escasos textos de viajeros que visitaron el país, y la “mala prensa” occidental, que lo estigmatiza, al punto que decir que iba a viajar a Irán dibujara en mi gente cercana una cara de sorpresa y temor y la unánime pregunta, ¿por qué a Irán?

La propuesta iraní

Ticket del centro de esquí, donde destaca la fecha

Alejado de las hordas de turistas, Irán nos propone desde el punto de vista cultural, hacer un viaje para abrir nuestra mente a lo diferente: donde muy probablemente nació la recopilación de cuentos de Las Mil y una Noches, donde aparentemente vivieron los Reyes Magos, un lugar con diferentes religiones (mayoritariamente musulmán y particularmente chiita), diferente calendario (el 21 de marzo fue el año nuevo 1399), diferentes idiomas (farsi en todo Irán y el kurdo en el Kurdistán), diferente alfabeto (árabe), diferentes números (números similares a los árabes, con pequeñas variantes), diferente jornada semanal (va de sábado a jueves, siendo el viernes es el día del rezo y descanso), o diferente sentido de la escritura de derecha a izquierda (los horarios de apertura de los negocios están a la izquierda y el de cierre a la derecha).

Los precios se negocian hasta para un taxi; es habitual que sus habitantes se operen la nariz y luzcan con orgullo la venda (es el país con mayor cantidad de rinoplastias u operaciones de nariz); es lugar de expertos en alfombras y especias; lugar donde las mujeres tienen estrictas normas de vestimenta; donde en el transporte público, el subte, tienen vagones exclusivo para mujeres, o bien el asiento es cedido sistemáticamente a la mujer, y luego a su pareja, porque ningún otro hombre debería sentarse a su lado; donde hacer dedo o autostop requiere solo unos minutos para tener éxito; donde se puede caminar con absoluta tranquilidad por la calle; donde cruzar la calle es hacer deporte de aventura!!!

Como si ese bagaje cultural no fuera suficiente, a quienes nos gusta estar al aire libre y el deporte de aventura, Irán presenta condiciones naturales muy propicias, contando con una variedad geográfica increíble, que va desde el sur con el mar cálido del Golfo Pérsico al norte, a las montañas de más de 4.000 metros que se llenan de muy buena nieve en invierno, pasando por desiertos, ríos y lagos, por lo que es posible “despuntar el vicio” con esquí de travesía, montañismo, kayak de aguas blancas, rafting, buceo, y otros, aunque aún no han sido explotados cabalmente y no siempre se encuentra la infraestructura ideal, por lo tanto las ofertas existentes son, para quienes no portamos euros como moneda de origen, muy costosas en algunos casos. Dado que aún era invierno, esquiar en un centro de esquí, y bucear en el Golfo Pérsico eran dos objetivos.

Por último y no menos importante, en términos generales, para un viaje por libre, es muy económico para nuestros golpeados y periódicamente devaluados bolsillos argentinos.

Nieve y esquí, entre mezquitas y el sonido de los llamados a la oración

Luego de conocer Teherán y amigarnos con importantes conceptos tales como el de la moneda, que en las “sarafi” (casa de cambio) se podían obtener a un tipo de cambio muy diferente al oficial, ¡1 U$S=135.000 riales!, pero que en la calle uno se confunde porque se habla de 13.500 tomanes (quitando un cero a los riales), nos dirigimos al pequeñísimo pueblo de Velayat Rud, distante a solo 5 km del centro de esquí Dizin.

Velayat, parada de buses del inicio de la ruta a Dizin

Dadas las indicaciones escritas en farsi plasmadas en un pequeño papel que hemos mostrado, nos indican que debemos descender, bajo una copiosa nevada, en algún tramo de la zigzagueante y preciosa ruta al Mar Caspio, y ante la sorpresiva mirada del resto de los pasajeros. Era una zona rural deshabitada y  desde allí iniciaba otra angosta ruta. Había una añeja y oxidada parada de buses para resguardarnos solo un poco. Hasta allí llegó el amigo de los dueños del hostel a buscarnos. JoyJa Hostel es administrado por una agradable y joven pareja, Abbas y Shookoo.

Mezquita en Velayat Rud

Luego de dejar las mochilas, fuimos a pasear por la pequeña y tradicional villa, muy diferente de lo que en Argentina podría esperarse de una coqueto pueblo vecino a un centro de esquí. Caminarlo al atardecer fue como estar inmerso en una película o en un sueño.

En laberínticas callejuelas medievales, la acartonada nieve crujía bajo nuestros pies a cada paso, mientras aparecía ante nuestros ojos una sencilla mezquita, a la que ignorantemente siempre relacioné con calor y desierto; el llamado a la última oración del día completaba la surrealista puesta en escena.

Velayat Rud, Hostel Joyja con sus dueños Abbas y Shookoo

Un anciano señor, con tradicional vestimenta y con su “nan barbarí” (pan similar a una pre pizza que se cocina en hornos de barro a la vista del comprador) caminaba dificultosamente frente a nosotros y se incomodaba al verme tomando fotografías. Terminaba el día, volvimos al hostel donde nos esperaba la típica y copiosa cena, “Adas Polo” (arroz con lentejas, pasas, cebolla, azafrán y polvo de cúrcuma) preparada y acompañada por los siempre agradables Abbas y Shookoo, y también de unos entrañables esquiadores de travesía vascos.

El día siguiente, tal lo pronosticado, nos daba la bienvenida con un intenso cielo azul celeste, y la siempre añorada nieve polvo sobre el suelo. Era el día deseado. Abbas, en otra de las tantas demostraciones de sincera hospitalidad que no tiene miramientos monetarios, nos llevó en su auto a alquilar el equipo y posteriormente al centro de esquí.

Velayat Rud, cumbre centro esqui Dizin, al fondo el Volcan Damavand

No era moderno a los ojos occidentales, y la taquilla de entrada presentaba un particular “corralito” humano con toscas rejas hasta el techo, que hacía las veces de virtual cárcel para ingresar. Luego, había enormes superficies de esquí que permite el deleite de hasta el más exigente. Su principal atracción está en la cumbre del centro de esquí con una alucinante vista del Volcán Damavand, el volcán más alto de Asia.

Fuero días soñados, pero el Kurdistán nos esperaba. Nuevamente queríamos vivenciar el transporte público, y así fue que Abbas non consiguió dos asientos en un muy humilde, pequeñísimo y sufrido bus local, donde los únicos que no se presentaban con vestimentas típicas musulmanas ni productos del campo en sus brazos, éramos nosotros.

Kurdistan Iraní, donde la hospitalidad alcanza otra entidad

En el complejo entramado que es medio Oriente para nosotros los occidentales, posamos la atención sobre la existencia de la nación sin estado más grande del mundo, el Kurdistán, que ocupa principalmente en forma parcial 4 países: Irán, Irak, Siria y Turquía (aunque también muy pequeñas superficies de otros).

Pueblo que si bien en toda su extensión habla el mismo idioma, tiene diferentes dialectos y adopta distintos alfabetos de acuerdo al país que habita. Por ejemplo, cirílico en Armenia y en Irán el alfabeto persa/árabe. Los dialectos más hablados son el sorani y el kurmanji. Declararon una breve independencia de Irán en 1946.

En lo que ha religión concierne, son mayoritariamente suníes, siendo Irán un país mayoritariamente chiita. A diferencia del resto de Irán, las mujeres usan coloridas vestimentas.

Degholan, rotonda por donde pasa la ruta

Degholan, inesperada parada

Mientras paseábamos por un parque del centro de Teherán, una familia que como tantas otras, paseaba con su canasta que contiene el equipo de té, nos invitó a conocer su casa, lo cual ya es sorpresivo, pero más aún cuando nos explicaron que su casa no era en Teherán, sino a 435 km, en el Kurdistán Iraní y a la que nos podían llevar inmediatamente. ¡Qué situación!, de noche, poca gente, y éramos invitados por desconocidos a hacer un viaje inmediato de varias horas a una lejana casa en el Kurdistán.

No sentimos temor, parece ser un país seguro para el turismo, y dado que habíamos leído otras crónicas con este tipo de invitaciones, que en nuestra tierra serían muy extrañas, la aceptamos, pero para ir unos días después, luego de conocer Dizin.

Y así fue que a los pocos días descendíamos de noche, luego de varias horas, escalas y buses, en una rotonda, en un pueblo pequeño ajeno a rutas turísticas, pero al que arribábamos con ansias por compartir la vida familiar de Abbas y tan llenos de curiosidad como la de la poca gente que aún circulaba y nos miraba sin disimulo.

Degholan, almuerzo en familia en casa de la madre de Abbas

Abbas en su auto nos llevó a su casa. Él y su esposa Ghomri (pronunciación: h=j aspirada) vestidos con ropas típicas, nos recibieron con una copiosa y tradicional cena que degustamos sentados en la alfombra. ¿Cómo pudimos charlar? El traductor del celular con un chip iraní adquirido en el aeropuerto ¡hizo magia! Eso sí, el diálogo fue en idioma farsi, no en idioma kurdo, idioma que el aplicativo, en aparente sintonía con la política internacional, parece tampoco reconocer fiel y cabalmente.

Una vez terminada la cena (que incluía el para ellos muy rico, Doogh, que es una para nosotros intomable bebida láctea fermentada) con la pareja anfitriona, se permitió entrar al departamento al resto de la familia que impaciente se agolpaba en el pasillo y cuyos cuchicheos ya se habían comenzado a oír del otro lado de la puerta desde un rato antes, generando nuestra incógnita sobre qué era lo que sucedía, pero que en un aparente protocolo local, no dejaban ingresar.

Cuando digo toda la familia es literal, ingresaron la madre, hermana, sobrinos, etc. Todos juntos bebimos el té de sobremesa sobre la alfombra, nos enseñaron a ingerir correctamente los cubos de azúcar, a derretirlos en la lengua mientras tomaba el té, y… ¡no hundirlos en la taza Javier! Vimos videos y fotos del casamiento, nos regalaron una de sus tarjetas del casamiento, que aún conservaban, y finalmente la madre de Abbas nos invitó a almorzar al día siguiente a su casa junto a toda su familia que gustosos aceptamos. Nuestro plan de viaje era estar abiertos a este tipo de hermosas oportunidades. 

Claudia durmió en la habitación con Ghomri y los hombres, Abbas y yo, previo último rezo del día, dormimos en la alfombra del living donde antes habíamos cenado.

Durante la mañana siguiente paseamos por el pueblo, degustamos productos típicos al paso, entre saludos y numerosas invitaciones a tomar el té, que con la imposibilidad material de aceptar, llegaban incluso a generar el disgusto de quien invitaba. Al mediodía almorzamos en casa de la madre de Abbas, sobre la alfombra, en familia, y bailamos las típicas danzas kurdas. La alegría era contagiosa, sonreían y bromeaban entre ellos. La receptividad y familiaridad eran enternecedoras, emocionantes, y generan una gratitud infinita.

Abbas y Ghomri regalan Coran en árabe

A pesar de haberlo leído, vivirlo nos lleva a otra dimensión, ofrecen lo más esencial del ser humano, la servicial y agradable hospitalidad a quien los visita y quiere conocer su cultura. No hay grandes rascacielos, ni monumentos imperdibles para detallar en guías de viaje, ni valores materiales, sin embargo y paradójicamente ofrecen lo invaluable, sencillez, calidez, simpatía, deseo de mostrar el intangible patrimonio cultural propio de un modo cautivante, convirtiéndote en minutos en amigo, en un lejano familiar al que no veían desde hace mucho tiempo, te acarician el alma, y nos quedamos sin palabras.

Abbas nos despide sin dejar de sorprendernos, obsequiándonos un Corán escrito en árabe, idioma en el que ellos lo leen, con tapas duras, muy grande, tamaño que nuestras cargadas mochilas no permitían portar, por lo que lo cambia por uno más pequeño. Y así, nos acompaña a tomar el “savari” (taxi compartido). Partimos a Sanandaj.

Sanandaj, ciudad capital, y Howraman, corazón montañoso del kurdistan iraní

Parsa, hospedante que fue el seleccionado por medio de la red Couchsurfing (muchísimos se ofrecieron), nos esperaba en la terminal de Sanandaj, la abarrotada capital de la provincia del Kurdistán.

Tablet en manos sudorosas, con una ansiedad e inquietud indisimulable, se presenta ante nosotros y nos dirigimos a su casa en un auto de “snapp”” (reemplazo de Uber ante su prohibición). La noble y serena madre de Parsa, Sohaila nos esperaba con la, ya habitual en Irán, abundante cena.

Al día siguiente recorrimos madrazas, Mezquitas, la Casa Asef, que es un museo etnográfico de la cultura kurda, y degustamos “Khalana”, asimilable a una pizza iraní. Nos reímos mucho ante la imposibilidad de pronunciar correctamente Khalana: la “h” es una suave y aspirada “j”, ¡complicadísimo lograr la aprobación de su correcta pronunciación!

Howraman, vista de la imponente ruta del valle

A la noche fuimos al mirador de la ciudad, y bailamos sobre la calle música tradicional kurda a cargo de músicos callejeros. Luego, sabiendo él de nuestros planes de conocer la zona montañosa y fronteriza con Irak, en particular el valle de Howraman, y dado que los transportes públicos son muy poco frecuentes, mucho menos en invierno, nos dice que ya habló con su tío, Farzad, propietario de un auto más moderno que el sencillo Saipa de su madre (Saipa auto de fábrica iraní muy popular), e iremos todos juntos a hacer el recorrido de más de 500 km de sinuosos caminos de montaña durante un par de días. Era otra muestra más de la inesperada e infinita hospitalidad iraní y kurda.

Fueron dos días en auto recorriendo pueblos de cuentos en el valle de Howraman, en familia, porque sinceramente así nos sentimos, como si su tío Farzad y su madre fueran nuestros tíos llevándonos de paseo como cuando pequeño.

Howraman E Takh, desayuno con impresionantes vistas

En el camino las paradas para ir al baño eran en las instalaciones de madrazas o mezquitas. Paradas necesarias, como consecuencia de los muchos litros de té que bebimos en el viaje por medio de breves paradas de picnic junto a la ruta, en las que del baúl salían la típica canasta con té y galletas para todos. Recargamos el termo de agua caliente en pequeños puestos que hacían las veces de minúsculos negocios de ramos generales, con enormes termos de agua caliente que permitían la recarga.

Pasamos la noche en el pequeñísimo y acogedor pueblo llamado Hawraman Takht (el aditamento Takht refiere a poblado) en donde reservamos un departamento con una hermosa y amplia vista al valle, gracias a ellos por supuesto, que se encargaban de negociar los precios. Nuevamente la madre se encargó de la cena para todos.

Al otro día, entre nubes que aún no querían despedirse de las elevadas montañas, bajo una intensa lluvia, y sobre un resbaladizo y empinado suelo, caminamos dificultosamente a través de pueblos que parecen cobijar la montaña, la abrigan como una manta, con casas que de tan cercanas entre sí, literalmente presentan la peculiaridad que el techo de una es la calle o camino por la cual transitar horizontalmente la montaña unos metros más arriba.

Howraman, uno de los pueblos del valle

No todo fue té en las paradas, también tuvimos tiempo de comer Kebab, que se prepara muy diferente al que he probado en Europa o Turquía (estos son pinchos de carne sobre un una bandeja con gajos de naranja).

De retorno en Sanandaj, en la despedida, la madre de Parsa se emociona, y nos regala una típica bebida iraní, una botella de esencia de agua de rosa con semillas de chía, y a pesar de la insistencia de ellos y nuestros deseos de quedarnos más días, el en ese entonces desconocido covid-19 hacía su ingreso a Irán, la realidad tal como la conocemos comenzaba a cambiar, nuestros vuelos eran cancelados y otros inconvenientes apuraban nuestro plan de viaje. Khoda hafez, (en castellano joda jafez, adiós), o motshakeram (gracias) Iran, he descifrado mi duda, dicotomía resuelta, hay un noble y hospitalario pueblo detrás de las noticias y cuestiones políticas, que, como dice Claudia, no tiene voz, y nos hemos arrogado el derecho de ser sus voceros por un instante.

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