Viajar a Fez, un regreso al pasado

por Cristina Ibañez

Viajar a Fez es perderse en un mundo de tradición y autenticidad, en una ciudad que conserva la esencia de África en estado puro

Marruecos es como un árbol cuyas raíces horadan la tierra africana mientras sus hojas respiran aire europeo” No son palabras mías, sino del rey Hassan II de Marruecos, a las que yo añadiría: “Pero Fez se nutre de savia africana”
Y es que Fez, con su laberíntica medina de más de 9.000 callejuelas, conserva ese sabor a tradición y a autenticidad que poco a poco han ido perdiendo otras ciudades marroquíes. En definitiva, conserva la esencia de África.

Adentrarse en la medina de Fez es sumergirse en un mundo que ha permanecido inalterado desde hace cientos de años. Es como ver un atisbo de ese Marruecos medieval ya olvidado. Del presente al pasado en una fracción de segundo, así de fácil.
Lo que ya no resulta tan sencillo es orientarse en ese maremágnum de callejuelas que componen la medina de Fez.

Eso lo aprendimos cuando salimos muy confiados de nuestro riad y a los 10 minutos ya estábamos totalmente desorientados. En ese momento el destino empezó a jugar sus cartas e hizo que nos encontráramos con un chico que aseguraba ser guía. O mejor dicho: él nos encontró a nosotros.

 La curtiduría Chouwara

La curtiduría Chouwara

Por un módico precio acordamos que nos llevara hasta la curtiduría Chouwara. Aunque en Fez existen cuatro curtidurías, ésta es la más famosa de todas y la más extensa. Encontrarla no es tarea fácil, ya que para poder observarla en toda su magnitud hay que subir a la terraza de los edificios que la rodean. Nada más entrar nos entregaron una ramita de menta para ponérnosla debajo de la nariz y así mitigar el “dulce aroma” que se respiraba en la curtiduría.

Y allí estábamos los dos, con una ramita de menta en una mano y la cámara de fotos en la otra, sin salir de nuestro asombro mientras escuchábamos a un señor que nos explicaba que se seguía utilizando el mismo proceso de curtido desde hacía 600 años.

Los sufridos trabajadores tenían que introducir las pieles de cordero, cabra o camello en cubas llenas de cal y cacas de paloma, para pasados unos días meterlas en cubas con tintes naturales donde adquirían su color definitivo. Finalmente eran los artesanos marroquineros quienes las transformaban en bolsos, botas, y todo tipo de productos fabricados con piel (y que intentaron vendernos a la salida).

Artesano en la medina de Fez

Artesano en la medina de Fez

Al terminar la visita volvimos al lugar en el que nos esperaba pacientemente nuestro amigo para darle el dinero acordado y que nos orientara en la dirección a seguir. Pero apenas habíamos dado unos pasos cuando al doblar una esquina aparecieron un par de marroquíes que no tenían nada de amistosos y cogieron a nuestro “guía” del pescuezo arrinconándolo en un callejón. Nuestra cara de susto en ese momento debía de ser un poema, porque los hombres nos miraron y nos dijeron: “¡fuera, policía!”

Fueron instantes un poco angustiosos en los que nos debatíamos entre irnos a cualquier parte aunque eso significara perdernos aún más en la medina, o esperar a ver qué sucedía. Probablemente la segunda opción fuera la más irracional “¿Esperar a qué?”, pero es lo que hicimos y funcionó. Al cabo de unos minutos apareció otro chaval que nos aseguró que era hermano del anterior y que nos iba a sacar de aquellas callejuelas.

A pesar de que teníamos todas las alarmas encendidas decidimos seguirle con cierta desconfianza. Anduvimos con esa sensación de alerta unos cuantos metros cuando al girar una calle las vimos…¡Eran María y Lola, dos señoras que conocimos la tarde anterior en la cola de embarque del avión! El destino seguía manejando los hilos…

Calle de la medina

Calle de la medina

Pero nuestras amigas no iban solas, sino que las acompañaba Marian, una guía oficial de verdad. Obviamente nos quedamos con ellas, y después de contarles nuestra historia Marian nos aseguró que la medina de Fez está plagada de falsos guías y que están muy perseguidos por la policía turística de incógnito.

En nuestro caso nos habíamos encontrado con un falso guía que hablaba español, tenía ciertos conocimientos de historia y había sido bastante legal. Pero Marian nos contó que no siempre era así. Habíamos tenido suerte.

En ese momento empezamos a descubrir el auténtico Fez. Siguiendo a Marian por tortuosos callejones nos adentramos en el fascinante zoco de Fez. Un exótico mundo repleto aromas, colores, sabores, sonidos…

Un mundo en el que el bullicio de un mercado se mezcla con la llamada a la oración que lo inunda todo. Un mundo en el que puedes encontrar una carnicería que usa una cabeza de camello como reclamo al lado de un puesto de dulces, o de fruta, o de especias…

Un mundo en el que los oficios tradicionales no sobreviven a duras penas ni tienen ningún interés en modernizarse, y en el que la única manera de transportar las mercancías es mediante burros o carromatos. Gatos, burros, gallinas, compradores, vendedores y turistas. Todo mezclado en un delicioso desorden.

De vez en cuando nos deteníamos para observar la belleza de una madraza o escuela tradicional coránica como las de Bou Inania o el-Attarine; asomábamos la cabeza para admirar la majestuosidad de los edificios prohibidos a los no musulmanes como la Mezquita Karaouiyine o el Mausoleo de Mulay Idriss II; o imaginábamos todo el conocimiento que salió una de las Universidades más antiguas del mundo árabe y que hoy día nos facilita la vida.

Palacio Real de Fez

Palacio Real de Fez

El segundo día lo dedicamos a conocer la zona de Fez el-Jedid. Aquí se encuentra el Palacio Real de Fez con sus famosas puertas: posiblemente las más fotografiadas de Marruecos. Lamentablemente no se puede ir más allá de sus puertas, ya que es una de las residencias oficiales del rey, así que pusimos rumbo hacia el cercano Mellah o Barrio Judío de Fez.

El Barrio Judío es un submundo dentro de Fez, con su arquitectura de balcones que en cualquier casa árabe estarían prohibidos, con sus joyerías como recordatorio de una ancestral tradición. Y con su bullicio del día a día, tan igual y tan diferente al del zoco.

No podíamos terminar nuestro viaje a Fez sin volver al lugar en el que todo empezó: su laberíntica medina y su increíble zoco. Volvíamos un poco más sabios, más observadores y con la mente más abierta. Con la satisfacción de haber conocido y convivido con gente maravillosa y con la añoranza de volver algún día a la más fascinante de las ciudades imperiales marroquíes. Viajar a Fez fue una experiencia irrepetible.

Publicado en el Nº27 de la revista Magellan

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2 comentarios

sandra 06/11/2018 - 10:45

Cristina, el lunes llego a FEz, me puedes pasar el contacto de Mariam?
Gracias.

Respuesta
yolanda 21/02/2019 - 08:50

La semana que viene viajo a Fez, ¿podrías pasarme por mail el contacto de Marian?

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