Un paseo indolente por algunos de los lugares más emblemáticos de la bella y caótica ciudad
Con Roma tengo una relación muy especial, es un amor/odio muy acentuado que hace que tenga que seguir amándola aunque a veces me haya hecho enfadar mucho, o que tenga que seguir odiándola mientras la amo profundamente. Yo creo que la magia de Roma es precisamente eso su capacidad de no dejar indiferente a nadie.
Mi último viaje a Roma fue en agosto de este año, si bien tras haber vivido durante 3 años en la bien llamada ciudad eterna cada regreso a Roma es un poco un regreso a casa, una casa caótica, llena de gente constantemente, pero una casa en la que siempre encuentras aquel café junto al Pantheon en el que te reconcilias con la ciudad y sus habitantes y a la que sabes que siempre vas a seguir regresando.
En mi relato sobre Roma voy a recorrer de nuevo, esta vez con las palabras, algunos de mis lugares favoritos de la capital, repitiendo los rituales que llevo a cabo con precisión meridiana todas las veces que regreso a mi segunda casa.
Confirmo que la llegada al aeropuerto de Fiumicino quisiera evitarla su pudiera, el altísimo coste del tren lanzadera (14 euritos) que lleva hasta el centro de la ciudad me hace enfadar cada vez que compro el billete, en una especie de bucle recurrente aunque ya lo sepa de antemano. Afortunadamente ahora ha mejorado el acceso a la estación y todos los viajeros saben que además de comprar el billete tienen que validarlo en las máquinas que hay en los andenes.
Durante muchos años no hubo ningún tipo de control antes de subir al tren y presencié con demasiada frecuencia escenas de pobres viajeros recién llegados a Roma que habían comprado religiosamente su billete pero no lo habían validado. En cada trayecto desde o hacia Fiumicino no fallaba, sabía que el revisor recolectaría una buena hucha para las arcas de la ciudad.
De hecho siempre que me era posible antes de subir al tren, como buena samaritana, vigilaba a los turistas que no habían validado sus billetes y les obligaba a volver a la entrada del andén para cumplir con esa obligación tan mal indicada. Hoy en día todo está bastante mejor explicado pero aún así es importante recordar la recomendación! Al igual que es importante acabar con esa leyenda urbana de “en Roma nadie paga el autobús así que nos colamos siempre”.
La verdad es que siempre he pensado que se trata de una estupidez supina, en primer lugar porque el transporte sea en Roma en Berlín o en París hay que pagarlo siempre, para mi es del todo incuestionable, y en segundo lugar porque mucha gente en Roma viaja con títulos de transporte y abonos que no hace falta mostrar al conductor. Mi consejo al viajero es que se compre unos cuantos billetes sencillos, que sirven tanto para el metro como para el autobús porque sí que es verdad que a según que hora del día encontrar un quiosco, estanco o similar para comprar el billete se convierte en toda una caza al tesoro.
En cualquier caso, y según mi experiencia, en Roma si se puede evitar es mejor no hacer mucho uso del transporte público. En honor a la verdad hay que decir que no tiene la mejor red de infraestructuras de Europa pero hay que reconocer también que la presencia de todos los restos de monumentos de la antigua civilización hace muy difícil agujerear la ciudad por debajo, lo que ocasiona un verdadero caos circulatorio por arriba.
Además hay que añadir que por las dimensiones de Roma el uso del coche forma parte del adn de los romanos, así que digamos que se necesitarán muchos siglos para cambiar esa costumbre tan arraigada y que tantos ataques de nervios ocasiona al que se lanza a circular entre el tráfico de la ciudad. En tres años de vida romana conduje por la ciudad en una sola ocasión…nunca volví a repetirlo.
Pero volviendo a la Roma paseada la verdad es que con todo el atractivo que ofrece la ciudad es muy aconsejable alojarse en cualquier zona del centro y caminar, caminar y caminar. Para mí la zona del centro puede ser perfectamente el área de Cola de Rienzo donde me consta que hay un sinfín de pequeños hoteles y apartamentos turísticos y que configura un barrio muy vivo y comercial que permite por su ubicación pasear hasta el centro histórico de la ciudad.
Para los que conozcan algo de Roma diríamos que se sitúa entre el Vaticano y la Piazza del Popolo, así que se trata de una ubicación inmejorable. Mucho ojo a los hoteles y apartamentos que se anuncian como a diez minutos del Vaticano porque en la mayoría de casos se trata de hoteles bastante alejados del centro y que, considerando el problema de transporte, puede resultar frustrante sobre todo por las noches para regresar.
Una vez elegido el alojamiento y en función de los días a disposición yo propongo al viajero ir conociendo la ciudad caminando sin parar. Una de mis rutas favoritas comenzaría por ejemplo desde la Piazza Barberini y desde allí iniciaría un recorrido para visitar los imperdibles de toda visita a Roma. He creído siempre que la bella fuente de Bernini que embellece la plaza merecería un lugar más adecuado a su esplendor, siempre me ha dado algo de pena esa fuente central rodeada por un tráfico incesante y rapidísimo que no permite disfrutar del todo de la Fontana del Tritone.
Desde la piazza Barberini el viajero se puede mover en varias direcciones, todas ellas con destinos fascinantes. Se puede subir por la celebérrima Via Veneto, que si bien a mi entender ha perdido todo el esplendor de los tiempos de La Dolce Vita, es verdad que mantiene algo de aquella belleza y clase que tan bien consiguieron trasladar a la pantalla Anita Ekberg y Mastroianni. Tomar un cappuccino en alguna de sus terrazas puede resultar dañino para el bolsillo pero tremendamente bello para la vista.
Optando por otras de las vías que confluyen en Piazza Barberini se llega a la coqueta y bella Via Sistina en la que se encuentra el teatro del mismo nombre. Si se me permite un apunte nostálgico, durante un par de años trabajé en unas oficinas de esa pequeña calle y cada mediodía me encaminaba o bien hacia la Trinità dei Monti para disfrutar de mi almuerzo o me dirigía hacia la Fontana di Trevi ubicada también a pocos minutos de Barberini. En esos momentos cualquier odio hacia Roma se trasmutaba en un amor de esos de los grandes, de los que no se olvidan.
Desde la Trinità dei Monti se contempla una panorámica de la Piazza di Spagna espectacular, y desde allí bajando la célebre escalinata se llega en pocos minutos a la majestuosa Piazza del Popolo con sus iglesias gemelas y a la maravillosa Villa Borghese. En la misma ruta se puede incluir un paseíto por Via Condotti y admirar con fervor los más bellos escaparates que un ser humano es capaz de imaginar, crear y dar forma. Cada tienda es un espectáculo en sí misma.
Volviendo un segundo a las iglesias gemelas de la Piazza del Popolo quiero aportar una importante novedad que podríamos denominar como “noticia de última hora” y que hace referencia a que tras los trabajos de restauración a los que están siendo sometidas ambas iglesias los romanos se han quedado estupefactos al comprobar que ahora una de las iglesias muestra una cúpula color crema mientras que la segunda cúpula tiende más a un color azulón.
Mientras escribo estas líneas los responsables de la restauración y el ayuntamiento se enzarzan en una serie de gestiones que imagino serán interminables para esclarecer el motivo de este escándalo restaurador.
Tras haber paseado por la zona de Piazza di Spagna, Villa Borghese o Via Condotti, a mi me gusta pasear un poco por Via del Corso. Si bien no es una de mis calles preferidas al estar llena de esas tiendas globales que hoy en día hacen que se pierda la identidad de muchas de las arterias de las grandes capitales, es verdad también que me lleva a uno de mis lugares favoritos de Roma, la terraza de Ciampini en la Piazza di San Lorenzo in Lucina, una terraza perfecta en un oasis de tranquilidad junto a uno de los lugares más caóticos de la ciudad, en la que degustar un excelente aperitivo italiano junto a unas tapitas de acompañamiento que pueden llegar a convertirse en una verdadera cena.
Tras reponer fuerzas y de vuelta a Via del Corso, cuando se llega a la majestuosa Gallería Alberto Sordi en Piazza Colonna, yo suelo optar por ir hacia la izquierda y correr a echar la moneda en la Fontana de Trevi para asegurarme el próximo regreso, y después volver de nuevo a Via del Corso para dirigirme hacia el Pantheon y la Piazza Navona. Antes de llegar al bello y majestuoso Pantheon hay parada obligatoria en el célebre café La Tazza d’Oro, un lugar no excesivamente grande presidido por una barra muy larga y en el que se puede degustar el mejor granizado de café con nata que yo haya probado nunca.
Muchas veces me siento en uno de los pocos taburetes que ofrece el local y me paro a contemplar la vida romana que pasa delante de mis ojos en ese ruidoso rincón que huele a café y cornetti recién horneados. Si bien es verdad que cada vez son más los turistas que han hecho de “La Tazza d’Oro” un punto de visita obligado, es cierto que dependiendo de la hora del día son los foráneos los que ocupan la mayor parte de la barra.
En esos momento recuerdo siempre mi desesperación cotidiana cuando vivía en Roma y me horrorizaba ver la “histeria” mañanera entre trabajadores que se abrían paso casi a codazos mientras iban gritando caffè, macchiato, cappuccio e cornetto… y así un día tras otro.
Tras el momento granita con la panna sigo callejeando indolente hasta llegar a la bellísima Piazza Navona. Confieso sin embargo que en más de una ocasión no he podido reprimir la tentación de dejarme caer, antes de seguir recorrido, por la famosa heladería Giolitti, muy cerca de la Tazza d’Oro y donde se degusta el mejor helado de Roma. Las largas colas pueden desanimar un poco pero prometo que la espera vale la pena.
Volviendo a Piazza Navona hay que reconocer que es imposible no caer fascinado ante la espectacular belleza de la que para mí es la plaza más bella de Roma. Me gusta en verano aunque las hordas de turistas la llenen de punta a punta, en invierno cuando por la noche está mucho más vacía y se puede pasear tranquilamente sintiendo el frío seco de la ciudad, y en definitiva me gusta en cualquier momento del año.
Desde la Piazza Navona sigo mi ritual particular y me dirijo hacia Corso Vittorio para atravesar hacía Campo dei Fiori, la famosa plaza del mercado y de los bares de todo tipo en la que se puede desayunar, comer, cenar, o simplemente pasear disfrutando de la alegría que envuelve siempre el lugar. Campo dei Fiori tiene una energía especial y es un lugar al que siempre me encanta volver.
Cuando ya he recorrido la plaza y me he parado en alguno de los modernos locales de la zona voy hacía la calle que se abre junto al cine Farnese, la Via dei Giubbonari que me lleva derechita hasta Via Arenula, una transitada via al otro lado de la cual se encuentra el Ghetto, el maravilloso barrio judio de Roma.
Esta es otra de mis zonas más amadas de Roma, una zona que ha conseguido conservar las tradiciones de la cultura judía y que a pesar de su cercanía al centro histórico de la ciudad no ha sido todavía excesivamente invadida por el turismo de masas. En el ghetto hay restaurantes históricos como Giggetto (impecables alcachofas a la judia) junto a restaurantes como La Reginella, algo más jóvenes en el barrio pero con una cocina judeo-romana que impresionan a los amantes de la buena mesa sin lugar a dudas.
Siguiendo con una ruta de las cosas buenas del barrio ningún goloso debería dejar el ghetto sin haber parado en la diminuta Pasticceria Boccione situada en el numero uno de la Via del Portico d’Ottavia. El dulce “top” por excelencia son las llamadas pizze – nada que ver con la idea que tenemos de la pizza – y se trata de una pasta de harina, fruta y frutos secos, cuyo aporte calórico debe rondar las 3000 calorías, pero que una vez probado no se olvida jamás.
Y después de esta rápida ruta por algunos de mis imperdibles romanos, (hay muchos más pero tendría que llenar la revista entera), suelo salir del ghetto y retomando Via Arenula giro a mi derecha para acercarme a la Librería Feltrinelli, de Largo Argentina, mi templo favorito para pasear entre libros y más libros rodeada una vez más del caos de la capital y pensando que, a pesar de todo, mi AMOR por ROMA acaba venciendo al ligero odio por goleada…
Publicado en el Nº34 de la revista Magellan