Desde Biella, hacia el tercer paraíso

por Pere Torra Pla

Recorrido lleno de sorpresas por el fascinante Piamonte, historia , gastronomía y naturaleza en estado puro

Acababa de llegar a Biella, una ciudad provinciana del Piamonte, según me había dicho Erica, mi compañera de trabajo que había nacido allí. Lo de provinciana iba en serio porque la camarera del primer bar donde tomé un café no daba crédito a que nadie de Barcelona pudiera venir a su ciudad. La breve conversación había ido más o menos así:
Buona sera. Che cosa fa? –dijo la camarera.
Buona sera! Un caffè, grazie! –respondí yo.
Da dove viene? –preguntó la camarera al traerme el café.
Da Barcellona. Sono appena arrivato ora –dije.
Barcellona? Ma che cosa stai facendo qui a Biella? –soltó, con franqueza, la camarera.

¿Para qué? ¿Qué había allí? La ciudad, con cerca de 50.000 habitantes, era poco atractiva, no tenía los monumentos de otras ciudades de Italia, muchas fábricas estaban cerradas (en su buen momento se la conoció como la “Manchester de Italia”, pero ya no). Incluso Erica me había recomendado que no me quedara en la ciudad y que sobre todo visitara su entorno natural, las montañas, algún lago, que –eso sí– tenía algo de interés. Más tarde otros bieleses concluirían que si yo había venido debía estar de paso hacia Milán, donde había la Expo. Pero yo no tenía ningún interés en una anodina exposición universal y tampoco quería comprar nada, que es lo que la gente hace en Milán. Había venido a Biella.
¿Qué hacía allí?

 Il Piazzo di Biella

Il Piazzo di Biella

Estamos en Italia ¡Vayamos a cenar!

Al atardecer debía encontrarme con Lucia, una bielesa muy amiga de Erica que estaba dispuesta a mostrarme los encantos de la ciudad y el territorio. Nos encontramos en la dirección del apartamento que ella me había reservado. Lucia me propuso ir a cenar con unos amigos suyos. “Al fin y al cabo –me dijo– Biella es una ciudad italiana y ya sabes que a los italianos nos gusta comer.”

En Biella, como en Bérgamo, la ciudad antigua –fundada en el siglo XII– se encuentra en un nivel más elevado, el “Piazzo”, donde fuimos tras subir con un entrañable “funicolare” (un cartelito informa que alcanzamos 485,97 metros sobre el nivel del mar). A pesar de que la subida es muy breve, me pareció que me trasladaba a otro mundo. Cenamos en la Civetta, un encantador restaurante librería.

Después de cenar, dimos un paseo y recorrimos la piazza Cisterna, una bella plaza porticada, antigua ágora de la ciudad bajo una tenue lluvia que hacía brillar los adoquines. La cena había sido magnífica, el vino excelente, la compañía divertida. Todavía con la euforia del buen comer, entramos en el funicular hacia “Biella piano”, la ciudad de abajo, que nos devolvió al mundo cotidiano. Yo estaba cansado. Dormí bien.

Ricetto de Candelo: Pasear por las calles de un auténtico pueblo medieval

Por la mañana a las nueve en punto, Lucia me esperaba con su coche. “Iremos al Ricetto de Candelo y luego podemos ir al lago Viverone”, me dijo. El Ricetto de Candelo es un sitio interesantísimo no sólo para el Piamonte sino para Italia entera. Ricetto es un término italiano que no tiene traducción; más o menos corresponde a “refugio”. Se trata de un recinto amurallado donde se guarda la cosecha, enseres agrícolas, que, eventualmente, podía tener uso defensivo. El de Candelo es el mejor conservado del país y tanto las murallas y los torreones como el pavimento fueron construidos con guijarros usando la vieja técnica del opus spicatum; permite pisar las calles originales de un burgo medieval del siglo XIV.

Ricetto de Candelo

Ricetto de Candelo, muralla

Cisnes en el lago Viverone y fantasmas de caballeros en el castillo de Roppolo

Por la tarde, nos dirigimos más al sur, hacia el lago Viverone. El lugar ya era habitado en la Edad de bronce. Es un lago rodeado de colinas que se alimenta casi exclusivamente de agua subterránea. Cuando lo vi, sin percatarme de Lucia, dije: «Ah, viendo tanta agua, sin ser del mar, me doy cuenta que en mi país no tenemos nada».

Lucia no pronunció palabra, pero esbozó media sonrisa mientras cerca de la orilla donde estábamos un cisne metió la cabeza bajo el agua tranquilamente.

Después, subimos al castillo de Roppolo, para contemplar el paisaje desde un punto elevado. Según la leyenda, allí vive el fantasma de un caballero con armadura y todo. Al parecer su compañero de armas, rival por el amor de una mujer, lo emparedó en el castillo. Al cabo de 400 años, al tirar un muro, encontraron una armadura con restos humanos dentro.

En la Burcina incluso las raíces de los árboles quieren tocar el cielo

En el Piamonte siempre llega un momento en el que hay que citar al poeta Carducci:
Biella tra’l monte e il verdeggiar de’ piani
lieta guardante l’ubere convalle,
ch’armi ed aratri e a l’opera fumanti
camini ostenta.”

¡Carducci tiene razón, claro! Sobre todo si, como hice yo con Lucia, se visita el Parque de la Burcina. Se trata de una reserva natural de 57 hectáreas, que se ha convertido en un macro-parque urbano de Biella. Quizás el verano no es el mejor momento, puesto que los rododendros y las azaleas no tienen flor. Lucia insiste que tendré que volver en primavera. Sin embargo, entre magníficos árboles y un verde paisaje, llegamos a un punto donde las curiosas raíces de un árbol salen a la superficie y toman una verticalidad sorprendente. En este parque incluso las raíces quieren tocar el cielo. Se trata de neumatóforos, un tipo de raíces que salen al exterior para obtener oxígeno.

Cuando llegó la hora de comer, afortunadamente, en el centro del parque hay una “carina” trattoria familiar. La variedad y abundancia de los antipasti me puso en dificultades para llegar a la pasta. ¡Cómo disfruto comiendo en Italia!

El santuario de Oropa

El santuario de Oropa

Oropa con su madona negra y el monte Mucrone con un plato de polenta concia

“Si vas al Piamonte, debes visitar el santuario de Oropa”. No sólo me lo dijo mi buena amiga Erica, sino cualquier guía básica del norte de Italia. Oropa es un santuario mariano situado a los pies de los Alpes bieleses (1.180 m). Cuando entré en la Basilica antica donde está la imagen de la virgen, me salió del corazón una frase en italiano: “Mamma mia! La madonna è nera come la nostra madonna di Montserrat!”.

Efectivamente, la imagen de madera de la virgen con el niño (s. XIII) recuerda la imagen catalana. Desde Oropa subimos al lago Mucrone en el monte del mismo nombre (2.335 m) con un teleférico (aquí le llaman funivia), que fue subiendo con diligencia, indiferente a la niebla que lo rodeaba. Como se dice en piamontés: “Quan c’al Mucrun a l’ha al capel, o ca fa brut o ca fa bel”. Yo soy un poco más prosaico y le aplicaría una variante de la Ley de Murphy, que dice que, dado un teleférico con un panorama espectacular, habrá niebla.

En cualquier caso, alguna foto pude tomar de la impresionante cúpula del santuario. Arriba apenas pudimos ver el lago, pero sí aprovechamos el fresco que la niebla trajo consigo para tomar una reconfortante polenta concia en el refugio vecino.

Oropa, Funivia

Oropa, Funivia

La fantasía medieval de Rosazza en el valle del Cervo

Como parece que llevábamos buen ritmo y mi adaptación a la vida piamontesa era aceptable, Lucia me propuso recorrer el torrente Cervo. Lo hicimos en coche y pudimos llegar hasta Piedicavallo, el último pueblo antes de la Val de Aosta. Por el trayecto fuimos pasando al lado de viejas fábricas textiles –la mayoría abandonadas. En el centro se encuentra Rosazza, una absoluta sorpresa que ningún viajero puede imaginar en una zona de montaña.

Este pueblecito debe casi todo –incluso su nombre– a Federico Rosazza, quien a finales del siglo XIX financió palacios, casas, jardines, obras públicas, incluso el cementerio. Destaca el romántico castillo falso-medieval con ruinas deliberadas y una esbelta torre. También tiene una bonita torre el ayuntamiento, pero a pesar de que Lucia insistió en ello, nunca recuerdo cuál es la torre güelfa y cuál la guibelina.

El castillo de Rosazza

El castillo de Rosazza

Música para alcanzar la luna en Magnano

Por la noche, Lucia me propuso ir a Magnano donde hay una bellísima iglesia románica. “Pero vamos a ir de noche?” –le pregunté intrigado. Al parecer desde hace unos años se celebra un festival de música antigua con luz de velas que aprovecha la belleza de la iglesia de San Secondo (s. XI) y su entorno. Cuando estuvimos nosotros, el suizo Bernard Brauchli interpretó música renacentista y barroca con instrumentos originales.

Sin embargo, a mi lado se sentó un hombre que no paraba de decirle a su esposa: “Tu senti qualcosa? Non si sente niente!”. Ciertamente, estos antiguos instrumentos son tan sutiles que casi resultan inaudibles. El maestro suizo, con su música sublime en la agradable noche de agosto a la luz de las velas, intentaba que la audiencia pudiera alcanzar la luna.

Hacia del tercer paraíso de la mano de Michelangelo Pistoletto

Cuando uno va Italia, ya sabe que algún día habrá que dejarse caer a un museo. También pude hacerlo en Biella, ya que resulta que aquí nació Michelangelo Pistoletto, el célebre representante del “Arte povera”. Por ello ha impulsado la Cittàdellarte en el edificio de una antigua fábrica textil con maravillosas vistas sobre el Torrente Cervo. En una de las plantas se muestran algunas obras del artista de varias etapas (la célebre “Cola del Arte povera”, la “Venus de los trapos”, etc.).

Pistoletto tiene toda una filosofía vital y propone establecer un “tercer paraíso”, es decir, una fórmula que haga compatible la naturaleza y el mundo artificial creado por la mano del hombre. Se trata de alcanzar “un nuevo equilibrio en todos los niveles y ámbitos de la sociedad”. En cualquier caso, mientras no alcanzamos al tercer paraíso, en la planta baja de la Fundación Pistoletto, Lucia y yo tomamos un suculento brunch regado con la excelente cerveza Menabrea, producida en Biella.

Il Piazzo di Biella

Il Piazzo di Biella

¿Pero he estado realmente en Biella?

El viaje llega a su fin y creo que me ha sucedido como me dijo Erica. He dado muchas vueltas, he subido montañas, he recorrido caminos y bosques, he admirado lagos, he visitado pueblos y paisajes, y ¿Biella? Creo que al lado de Lucia la ciudad siempre ha ido conmigo, pero para despedirme de Biella vuelvo a subir al Piazzo. Esta vez voy a pie, yo sólo, paseo por las viejas calles de la ciudad medieval. Mirando hacia arriba me fijo en que hay luna llena. Es la misma luna que me ha acompañado casi todo el viaje. Entonces me doy cuenta de que volveré a Biella.

Publicado en el Nº28 de la revista Magellan

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