¿Qué habrá sido de los imanes de nevera?

por Olivia Oporto

Hay una pregunta que ronda incansablemente mi cabeza viajera, y es precisamente la cuestión que da título a este post. De todos los artículos, debates, charlas, informaciones varias, y en definitiva de todos los espacios que se han dedicado al mundo de los viajes en el último año, no consigo encontrar ninguno que hable sobre el más kitsch de los regalos viajeros: el imán de nevera.

Ese gadget atemporal por excelencia que ha llegado a los rincones más insospechados del planeta, y al que ahora imagino dando vueltas con tristeza en esos totems gigantescos en los que las más absurdas piezas magnéticas conviven muy apretadas entre sí, a la espera de que los viajeros atrapados por las actuales circunstancias volvamos a lanzarnos en su búsqueda.

Hubo un tiempo en el que la gente viajaba y se empecinaba en dedicar horas y horas del valioso e irrepetible viaje a comprar “souvenirs” para todos los miembros de la familia y amigos. Mi rebeldía juvenil decidió de manera inmediata que aquello no era para mí, y desde mis primeros viajes me convencí de que aquel ritual no formaría parte de mis aventuras por el mundo.

Pero llegó un día en el que se inventaron los imanes de nevera y en ese momento se fueron al traste todos mis buenos propósitos de no comprar regalitos, y es que es imposible resistirse a la tentación de un gadget pequeño que cabe en cualquier sitio, y que adorna algo tan feo y anónimo como la puerta de una nevera.

La gran presión de las compañías “low cost” para que los equipajes de mano fueran cada día más pequeños, (antes o después podremos viajar solo con una riñonera en la que embutiremos nuestra ropa para cuatro días), hizo mucho por la industria del imán-souvenir. ¿Quién es el listo que se atreve a comprar un maravilloso libro de Taschen con increíbles fotografías de los paisajes toscanos, sabiendo que va a pagar más de lo que cuesta el libro por embarcar la maleta? ¿Y qué decir de los vinos, aceites, dulces, y todos aquellos regalos que se quedan en tierra?…

Lo de los imanes en mi familia empezó como un ritual simpático, una manera de decirnos que nos pensábamos los unos a los otros, sin que ello incidiera mucho en el peso de la maleta y en el presupuesto del viaje. La verdad es que los primeros imanes eran incluso de diseño, bonitos y variados, y daba gusto verlos en la nevera. Uno se acercaba, sacaba la botella del agua, y repasaba con la mirada esos lugares cercanos o lejanos que ahora estaban enganchados con más o menos fuerza a la puerta del frigorífico.

Pero un día todo cambio y uno de nosotros (en honor a la verdad no acierto a recordar quien fue) trajo de uno de sus viajes uno de esos imanes que eran todo un atentado al buen gusto, tan horrible que era imposible no reír ante su visión. Y así de esta manera empezó una de las tradiciones más arraigadas en mi casa, siempre que viajamos nos esforzamos en competir para saber quién es capaz de comprar el imán más horrible de todos. La verdad es que con la oferta global a este nivel se trata de una tarea bastante sencilla ya que hay ejemplares que son espeluznantes.

De hecho uno de los mejores momentos de esta tradición es viajar con alguien que la desconoce, y cuando ante la visión de un imán le preguntas: “¿Qué te parece éste?” si te contestan “es horroroso!!!!” sabes que tienes el imán que buscabas.

Ahora ya sabemos que cada vez que uno de nosotros emprende un viaje, habrá un momento al regreso en el que todos juntos celebraremos el reencuentro y abriremos con impaciencia ese paquete pequeño y envuelto con desgana que contiene el imán más feo del mundo.

Desde esta plataforma que me concede el privilegio de dar voz a mis pensamientos viajeros, quiero pedir a los imanes del mundo que tengan un poco más de paciencia ya que dentro de nada volveremos ansiosos a la caza de nuestros tesoros magnéticos.

Son tantas y están tan acumuladas las ganas de viajar, que hasta veremos belleza donde hasta ahora habitaba la más absoluta fealdad hecha diseño. No tengo ninguna duda de que en un próximo viaje a Florencia voy a poder comprar un David de Miguel Ángel magnético, con la mascarilla puesta, como si lo viera…

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