¡Bienvenidos al norte…de Gales!

por Josep Prats

El norte de País de Gales alberga pequeñas grandes maravillas. No es tan conocido como Escocia e Irlanda pero en belleza no se queda atrás. Sus atractivos son múltiples: Castillos de leyenda, pueblecitos medievales con encanto, rincones de costa pintorescos, naturaleza agreste y salvaje. Todo invita a alquilar un coche, recorrer sus estrechas carreteras y disfrutar, cada uno a su ritmo, de la belleza que nos espera. Hay opciones para todo tipo de viajeros: Paz y tranquilidad en el fantástico paisaje del Parque Nacional de Snowdonia; Historia y leyendas en sus imponentes fortalezas; Postales idílicas en lugares asomados al mar; Adrenalina en tirolinas de vértigo.

Historia escrita en piedra

Muchos son los lugares que evocan el pasado. Los castillos y fortalezas nos devuelven al oscuro pasado de la Edad Media, cuando en el siglo XIII el rey Eduardo I ordenó la construcción de impenetrables moles de piedra en su campaña para la conquista de Gales. Un paraíso para los amantes de la historia.

Castillo de Caernarfon

Después de más de 700 años de historia este gigante aún despierta la imaginación. A la sombra de sus imponentes muros y torreones, nuestra mente retrocederá a tiempos de cruentas guerras de conquista y resistencia. Eduardo I lo levantó –al igual que otras fortalezas que veremos- como símbolo de su victoria sobre Gales en 1277 y ostentación de su fuerza.

Una ostentación que no aplacó el espíritu indómito galés que pocos años después, en 1294, sometió el castillo a un durísimo asedio que pudo resistir gracias a su ubicación en la boca del río Seiont y su apertura al estrecho de Menai (que separa el noroeste de Gales de la isla Anglesey), por donde llegaron suministros y refuerzos.

Tres siglos después otra sublevación galesa puso a prueba la fortaleza de sus muros y torres que otra vez resistieron. Son pinceladas históricas que nos ayudarán a penetrar en la ‘vida’ que tienen los imponentes bloques de piedra que vamos visitar.

El castillo no sólo se construyó como objetivo militar defensivo sino también como residencia real y representación del poder de la monarquía sobre el pueblo galés. Las entrañas de castillo han sido testigos de varias investiduras. La primera fue la del hijo de Eduardo I (posteriormente Eduardo II) que recibió en 1301 el título de Príncipe de Gales, una forma de legitimar su poder sobre tierras galesas.

Castillo de Caernarfon

Desde lo alto, el diseño de la fortaleza puede recordar el contorno de los relojes de arena. Sus robustos muros se despliegan en horizontal albergando en sus ángulos torres de forma poligonal, que multiplicaba la perspectiva de los vigías, rematada por la suntuosa Torre del Águila. Este castillo podría estar inspirado en las fortalezas bizantinas ya que el rey Eduardo I luchó durante las cruzadas en Constantinopla. Subir a las torres ofrece unas preciosas vistas panorámicas del pueblo, el puerto y a las entramadas calles de diseño medieval.

En sus murallas hay el Museo de la Fusileros Reales de Gales, que ilustran las armas, uniformes y objetos bélicos para ayudar a imaginar los fragores de aquellas épocas. Para terminar la visita se recomienda pasar al otro lado del rio, ver el imponente exterior de este castillo tan bien conservado, en contraste con las coloreadas casas y los barcos de pesca.

Castillo de Conwy

Otra fortaleza que construyó el rey Eduardo I, entre 1283 y 1289, como símbolo de su poder y para mantener a raya a los insurgentes galeses tras la conquista. Visitarlo es un regreso a su pasado glorioso. Está excepcionalmente bien conservado. Pasearse por sus almenas es una invitación a soñar en historias, leyendas, amores, y traiciones escondidos tras las gruesas moles de piedra.

Es una fortificación con 8 torres de 21 metros de altura y con muros de hasta 4 metros de grosor. Unas escaleras restauradas nos dan acceso a sus torres y al recorrido alrededor de las almenas. Subir a estas torres es la principal razón para visitar Conwy. Desde arriba disfrutaremos de unas preciosas vistas del estuario y de las lejanas montañas del Parque Nacional de Snowdonia (también de obligada visita) y a nuestros pies quedarán el pintoresco puerto y las estrechas callejuelas de Conwy protegidas por un anillo de muralla, como un abrazo pétreo del castillo, de poco más de un kilómetro, del que se conservan tres puertas originales. Esta perspectiva nos ilustra la relación simbiótica que tuvo la fortaleza con la población.

Castillo de Conwy

Al margen del castillo, el pueblo de Conwy merece una visita. Es un lugar histórico lleno de detalles. Su pasado se remonta a tiempos de los romanos que vieron prosperidad en la pesca de mejillones. De hecho, Conwy siempre ha estado ligado a esta actividad y en el puerto se localiza un curioso museo dedicado al mejillón. Pasear por sus calles y callejuelas con casas medievales o edificios de otras épocas permite penetrar en la esencia de su pasado.

Si vamos con tiempo es muy recomendable visitar la Gran Mansión o Plas Mawr, una casa construida en 1585, un exquisito ejemplo de arquitectura isabelina (durante el reinado de Isabel I de Inglaterra). Grandes salones, decoración exquisita, yeserías y objetos que reflejan la suntuosidad de la época. No podemos dejar de subir a lo alto de la torre de esta mansión. Desde arriba tendremos una perspectiva de Conwy distinta a la que teníamos desde las torres del castillo.

Tampoco podemos pasar por alto la casa de piedra Aberconwy House, del siglo XIV, la Iglesia de Sta. María del siglo XII y un curioso y minúsculo lugar: La Casa más pequeña de Gran Bretaña. Ubicada en la zona del muelle, pese a sus reducidísimas dimensiones (1,82 m. de ancho, 2,43 m. de profundidad y 3 m. de alto) no pasa desapercibida por su fachada pintada de rojo. Visitarla es la mejor forma de despedirse de Conwy, del que dicen es el pueblo más bonito de Gales.

Castillo de Harlech

Emerge imponente sobre un acantilado que se ha quedado sin agua a sus pies. Los siglos y los movimientos sísmicos alejaron el mar y dejaron a este castillo como un buque de piedra encallado en un mundo que ya no es el suyo. La abrupta mole rocosa sobre la que descansa hace 800 años se precipitaba más de 60 metros sobre el azul marino y el blanco espumoso de las olas al rebotar y era su mejor defensa. El mar guardaba las espaldas de la fortaleza. Sólo el flanco este, donde está la poderosa puerta principal, miraba hacia tierra firme.

Este castillo también lo levantó el rey Eduardo I. Fue en 1283. Su construcción duró siete años. Como los dos anteriores, está ubicado en el antiguo reino (ahora condado) de Gwynedd, lugar de unificación del territorio galés en el siglo XIII y de conflicto con los ingleses. Si las poderosas paredes del castillo de Harlech, ahora vacío y mudo, hablaran, nos contarían épicas semanas de resistencia y sacrificio en diferentes etapas de su azarosa vida.

Su arquitectura es particular. La estructura defensiva es concéntrica, con una muralla exterior más baja y delgada que la anterior que delimita un patio casi cuadrado con cuatro torres en sus esquinas. Lo más impresionante es la puerta de acceso, flanqueada por dos robustísimas torres de vigilancia semicirculares que dan acceso a las dependencias internas que se abren al patio, ahora alfombrado por el verde del césped, con ventanales y otras dos torres. Una escalera fortificada de 61 metros desciende hasta el pie del acantilado. Por ahí recibían de las naves inglesas víveres y relevos de guardia para resistir en tiempos de asedio.

Castillo de Harlech

Como en los anteriores castillos, es interesante conocer un poco su historia, aunque sólo sean pinceladas, para orientar nuestra imaginación hacia los cruentos tiempos en los que los muros y torres que ahora visitamos fueron sitiados y sufrieron en sus entrañas no sólo el levantamiento de los rebeldes galeses, sino el asedio más largo de su historia, entre 1461 y 1468 (los mismos años que duró la construcción de este castillo), cuando la fortaleza se convirtió en el último bastión de la casa de los Lancaster en la Guerra de las Dos Rosas contra la de York. Un asedio cuya épica inspiró y quedó inmortalizada en la popular canción galesa ‘Men of Harlech’.

La zona del condado de Gwynedd, testigo de épicas y sangrientas batallas en la Edad Media, es ahora la zona más turística de Gales, una combinación de cultura y naturaleza a sólo dos horas en coche de Liverpool. Una recomendación: antes de visitar los castillos busquemos información sobre horarios de sus visitas guiadas y eventos. En especial el de Caernarfon que en verano se convierte en recinto de importantes conciertos.

Condado de Wrexham

Al noreste de Gales, en el condado de Wrexham, encontramos otra reliquia arquitectónica. No la envuelve la atmósfera épica de la época medieval pero sí muestra la pujanza del pasado industrial británico. Es el acueducto de Pontcysyllte. Fue construido en 1805 por Thomas Telford, un arquitecto e ingeniero escocés. Prolonga el canal de LLangollen hasta la frontera con Inglaterra por encima del valle del rio Dee, entre los pueblos de Trevor y Froncysyllte.

Tiene 307 metros de largo, 38 de altura y 3,3 de ancho. Es el acueducto más largo y más alto de Gran Bretaña. Esta obra maestra de la arquitectura civil cuajó después de diez años de diseños e ideas. El canal por donde fluye el agua es de hierro fundido y descansa sobre 20 arcos también de hierro, de 16 metros de anchura cada uno, que se apoyan a su vez en enormes columnas de mampostería que se levantan desde el fondo del valle.

La proeza artística de esta imponente obra es que, pese a sus dimensiones, ofrece una imagen ligera, ágil y elegante. Cuando veamos el acueducto desde el lecho de rio, a cierta distancia, veremos su bella proporción y una composición nada pesada, que no rompe la armonía del entorno. Todo fueron argumentos suficientes para que fuera declarado Patrimonio de la Humanidad como obra maestra del ingenio creativo.

Aparte de sus valores artísticos, el gran atractivo del acueducto es que es navegable. Es decir, no es sólo una vía de transporte de agua sino también de transporte humano. Podemos atravesarlo en barcazas e incluso hay un estrecho carril lateral para que podamos hacerlo andando. Hay que ir despacio, disfrutando del verde del paisaje… pero cuidado con los que tienen vértigo. Los 38 metros desde la cima del acueducto hasta el fondo del valle pueden dar sensación de estar al borde del abismo.

Costas de ensueño

El norte de Gales ofrece mucho más que castillos, monumentos e historia. Sus playas, sus acantilados, sus pueblos costeros son de enorme belleza. No podemos dejar de visitar la isla de Anglesey. El puente de Menai, el primer puente colgante del mundo, nos dará acceso a un lugar de belleza natural excepcional. Son 715 km2 de tierra rodeados de un precioso mar azul que unas veces acaricia las playas con suaves olas y otras rompe con bravura en los acantilados.

Isla de Anglesey

Hay que aprovechar al máximo el aire libre. Los 200 kilómetros de costa son un regalo para los amantes de los deportes acuáticos como remo, kayak, windsurf, pero también para los amantes de la bicicleta y el trekking. Senderos bien señalizados se adaptan a todos los gustos: costeros, montañosos, para observar focas o aves, para acercarse a la vida silvestre… Todo rodeado de paisajes costeros fascinantes. Anglesey atrae pintores y fotógrafos de todas partes. Anglesey inspira.

Al noroeste de la isla nos espera el faro South Stack, un peñasco que se adentra en un mar bravo y azotado casi siempre por fuertes vientos. Se construyó en 1809, marcando con su luz un pequeño islote. Su señal sirve para orientar el tráfico costero en esta zona del mar de Irlanda que esconde rocas traicioneras por su escasa profundidad.

El faro South Stack

Para acceder al faro hay que descender 400 escarpados escalones sobre el acantilado y atravesar una pasarela de 30 metros que nos lleva el islote. En 1983 esta pasarela fue cerrada por razones de seguridad y en 1998 se abrió con un nuevo puente de aluminio. Se puede visitar la antigua sala de máquinas y, por una escalera de caracol, subir a la cima del faro.

Disfrutaremos de impresionantes vistas de un mar siempre espumoso cuando rompe con la fantástica geología de los acantilados circundantes. Desde estas alturas, podremos avistar gran cantidad de aves marinas, como el simpático frailecillo. No nos podemos perder esta visita.

Otra joya de la naturaleza nos aguarda en el suroeste de Anglesey: El afloramiento rocoso de la isla Llanddwyn. De hecho es un dedo de tierra que penetra en el mar y que se aísla cuando sube la marea. Un lugar tranquilo para pasear o hacer picnic. Un escenario de dunas, que descienden suavemente hacia el mar, salpicado de grandes afloramientos rocosos, con preciosas panorámicas de las montañas de Snowdonia.

Un escenario que, sin embargo, puede convertirse en violento cuando azotan los vientos invernales y las fuertes tormentas de mar. Se accede a pie desde un aparcamiento, pero ojo con el horario de las mareas para no quedarse aislado.

Isla Llanddwyn

La isla tiene kilómetro y medio de largo, un paseo breve, pero muy estimulante por las playas de arena suave y dorada que iremos pisando. Nos encontraremos con una cruz celta junto al camino y los restos de una iglesia medieval, la de St. Dwynwen. Una bonita leyenda la envuelve: Una princesa galesa se enamoró de un noble, pero su padre ya había elegido con quién debía casarse. Al enterarse, su enamorado montó en cólera y la amenazó. Ella, con gran dolor, lo convirtió en hielo.

A la princesa se le apareció un ángel que le concedió tres deseos: Devolverle la vida a su amante, ordenarla monja y convertirla en defensora de otras mujeres que sufrían por amor. Encontró su retiro en la isla y levantó allí la Iglesia de la que ahora sólo vemos vestigios. Para los galeses ella es la patrona de los enamorados, un equivalente de San Valentín, y cada 25 de enero muchas son las parejas que celebran allí el día.

En la punta que más se adentra en el mar emerge el faro Twr Mawr. Se construyó en 1845 y su misión, como el de South Stack, era advertir a los barcos de las rocas poco profundas. Su forma es similar a los de los molinos de viento de Anglesey. Unas irregulares escaleras nos llevarán a este faro. Valdrá la pena el esfuerzo. Las panorámicas son fantásticas.

Muy cerca, sobre un peñasco se levanta otro faro, el Twr Bach, más rústico, de forma cónica, de sólo cinco metros de altura, de robustas paredes. Se construyó cincuenta años antes que el anterior. También regala preciosas vistas. La belleza de este lugar ofreció escenas para el rodaje de dos películas: ‘Half Light’, una cinta romántica protagonizada por Demi Moore en 2004 y ‘Furia de Titanes’, un éxito de taquilla en 2009.

El castillo Beaumaris

En la costa este de la isla Anglesey emerge su joya más poderosa: El castillo Beaumaris. Formó, junto a las fortalezas de Conwy, Caernarforn y Harlech, el llamado ‘anillo de hierro’ que el rey Eduardo I levantó para subyugar a los galeses. El mismo arquitecto, James de St. George se encargó de su construcción. Los trabajos empezaron en 1295 y terminaron 35 años después. Diseño simétrico perfecto, concéntrico, es decir, muros dentro de muros.

Desde fuera tiene mejor estética que los castillos anteriores. No se alza amenazante como otras fortalezas, sino que encaja con su entorno escénico, encarado al mar, orientado a las montañas y rodeado de un foso (ahora parcialmente), con su propio muelle fortificado que permitía, con la marea alta, la entrada de barcos para el abastecimiento.

La muralla exterior con seis torres circulares, protege la interior, más alta y robusta, con muros más sólidos, de 11 metros de altura y casi 5 de espesor, con imponentes torres circulares en sus ángulos y dos semicirculares a los lados. El acceso era a través de dos puertas macizas protegidas por baluartes defensivos.

La mejor manera de observar la majestuosidad, equilibrio y estética de esta fortaleza es desde arriba. Podemos pasear por los torreones y murallas protegidos por barandas metálicas y observar la simetría de su diseño que la alfombra verde de sus patios, en contraste con la rudeza de sus muros, resalta. Como en los anteriores castillos, es interesante conocer en nuestra visita un poquito de su historia, de sus cruentos asedios, de sus resistencias épicas, lo que estas moles de piedra vivieron y no pueden explicar.

Pero esta obra maestra de la arquitectura militar, aunque nos parezca imponente, está inacabada. Las torres de la muralla interior y la puerta sur nunca alcanzaron la altura diseñada por el arquitecto… hubo que desviar fondos para financiar la invasión inglesa de Escocia.

Beaumaris

Aunque el castillo sea la principal atracción de Beaumaris, esta pequeña población de unos 2.000 habitantes bien merece una visita. Por cierto, su nombre parece que se lo pusieron normandos que trabajaron en la construcción de la fortaleza. Eduardo I escogió esta zona pantanosa, estratégicamente situada en el canal de Menai, para levantar el castillo y aquéllos llamaron al lugar ‘beau mareys’, hermosas marismas.

E igual de hermosas son ahora sus playas, perfectas para las familias y oportunidad para la pesca del cangrejo, la captura más popular del lugar. Es obligado caminar por el paseo marítimo, por su muelle victoriano, donde se ofrecen recorridos en barca por el estrecho de Menai o alrededor de Puffin Island, sentarse en una de sus animadas cafeterías, entrar en sus tiendas de artesanía o perderse por sus encantadoras calles, con pintorescas casas pintadas tono pastel.

También podemos visitar la Tudor Rose, un edificio medieval de entramado de madera, la preciosa iglesia St. Mary del siglo XIV y la prisión, construida en 1829, que ya no se utiliza y es ahora un museo que recibe unas 30.000 visitas al año. Y al atardecer, sentémonos en las zonas verdes cercanas al castillo y dejémonos atrapar por la fuerza de este gigante de piedra iluminado por los últimos rayos de sol.

No podemos olvidarnos de visitar el pueblo con el nombre más largo de Europa. Ahí va: Llanfairpwllgwyngyllgogerychwyrndrobwllllantysiliogogogoch. Así es, no se ha enganchado mi dedo en el teclado. Su traducción es: Iglesia de Santa María en el hueco del avellano blanco cerca de un torbellino rápido y la iglesia de San Tisilio cerca de la gruta roja’. Los vecinos para no complicarse la vida le llaman LLanfairpwl.

Llanfairpwllgwyngyllgogerychwyrndrobwllllantysiliogogogoch

Este pequeño pueblo de 3.000 habitantes tiene bonitos paisajes, casas medievales y otros encantos, pero los visitantes sólo van para hacerse la foto junto al cartel de la estación con el kilométrico nombre. Allí se sellan pasaportes y se venden recuerdos. La historia arranca a principios de 1850, cuando se inició la construcción del ferrocarril Chester-Holyhead que iba a tener allí una estación.

Su nombre original era LLanfair Pwllgwyngyll. Un comité local se reunió para aprovechar la oportunidad de desarrollo comercial y turístico que se presentaba con la llegada del tren. Decidió que el mejor impacto sería alargar casi al infinito el nombre del pueblo. Según parece, la idea surgió de un zapatero que formaba parte del comité. Poco pensaba el hombre que había puesto en marcha uno de los planes de marketing más curiosos de la historia. La prueba es que en la actualidad acuden turistas sólo para hacerse fotos con el cartel de la estación.

Naturaleza desbordante y adrenalina

Casi todo el norte lo ocupa la reserva natural de Snowdonia, declarada Parque Nacional en 1951. Un paisaje de ensueño de 2.142 km2 en el que viven 26.000 personas, pero que cada año recibe casi 6 millones de visitantes. Suaves colinas, sin vegetación en sus cumbres, pero con bosques de hayas, robles, castaños o abetos en los llanos, combinan con el verde de los valles. Un cuadro estético dulce, pero no dramático. Sus montañas no son muy elevadas, ofrecen relieves suaves y alomados. El pico más alto, el Snowdon, apenas llega a los 1.200 metros. Nada que ver con las altas cumbres con aristas agresivas de los Alpes.

Reserva natural de Snowdonia

Snowdonia es un paraíso para los senderistas. Hay recorridos para todas las edades y condiciones físicas: Excursiones sosegadas para familias, rutas más complejas para los que se sienten fuertes y otras especiales para los excursionistas más expertos. Hay seis sendas, de distinta dificultad, que llevan a la cumbre. El Llanberis Path es la más sencilla, pero la más larga (14,4 km). El esfuerzo vale la pena. Desde la cima observaremos la inmensidad del parque, decorado por el cercano lago cristalino LLyn Llydaw.

Pero hay otra forma más cómoda de hacer el ascenso: el Snowdon Mountain Railway, un mítico tren (funciona de marzo a octubre) que lleva más de cien funcionando. Hay dos opciones: The Traditional Diesel Service o The Heritage Steam Experience. En la primera, los vagones, fabricados en 2013, son más modernos y pueden llevar a sesenta pasajeros. Opera ya en el mes de marzo, con nieve. En la segunda, locomotora y vagones han sido reconstruidos en base a los originales de 1896. Una experiencia a vapor.

Funciona sólo desde mayo, pero son los más populares. Hay que reservar los tíquets con bastante antelación. La aventura empieza en LLanberis y dura dos horas y media. Al principio se cruzan verdes campos, a veces salpicados con rebaños de ovejas, y el sonido de algún riachuelo acompaña. A medida que se asciende, cambia el paisaje, se vuelve más árido y agreste.

A veces la niebla envuelve al tren para después volver a asomarse a la luz. A mitad de camino, la parada de Halfway, que tiene una pequeña cafetería, permite descansar un poco del trequeteo. El tramo final afronta escarpadas rocas, pasa por la estación de Clogwyn, donde llegan los trayectos de invierno, hasta la estación Summit, donde hay el centro de visitantes más alto de Gran Bretaña. Ahora sólo queda una caminata de algo más de 45 minutos para alcanzar la cumbre del Snowdon.

La mejor manera de disfrutar de este tesoro de la naturaleza que es Snowdonia es en coche. Hay que ir con precaución, las carreteras son estrechas y a veces sinuosas, pero nos abren a bosques, valles, cascadas, lagos y pintorescos pueblos que no olvidaremos jamás. Podemos pararnos en miradores, andar por encantadores senderos y si llegamos a un lugar idílico, un remanso de paz como es el lago Bala, tendremos la opción de nadar, remar o hacer kayak en un entorno fascinante.

Reserva Internacional de Cielo Oscuro

Este parque no sólo es una maravilla de día, sino también de noche. Ha sido declarado Reserva Internacional de Cielo Oscuro. Sólo hay 16 en todo el mundo. El accidentado interior del parque no permite grandes núcleos de población, lo cual le preserva de la contaminación lumínica. Las noches iluminadas por las estrellas son un reclamo turístico más de Snowdonia, un paraíso para los amantes de la fotografía nocturna.

Pero el norte de Gales no es sólo saborear sosegadamente su desbordante naturaleza, de caminar y descubrir rincones de pura estética, sino también es el lugar adecuado para descargar adrenalina. Se ha convertido en el lugar de referencia para vivir experiencias brutales. Zip World (algo así como el mundo de las tirolinas) ofrece tres lugares en el parque de Snowdonia para los amantes de las emociones fuertes:

La cantera de Penrhyn

Cerca del pueblo de Bethesda, donde hace cien años estaba la cantera de pizarra más grande de Europa, alberga ahora la tirolina más rápida del mundo y la más larga de Europa: Velocity 2. Lo más parecido a la sensación de volar. Un ‘viaje’ a 150 km. por hora y a 500 metros de altura por encima del gris de los restos de pizarra, de un lago azul y con imponentes panorámicas de fondo. Subidón total. También se puede pasar en grande, girando y derrapando en un circuito de karts sobre la polvorienta tierra negruzca de la cantera. En plan más tranquilo, unos autobuses recorren los lugares de la antigua cantera y explican su historia y cómo funcionaba.

Zip World Fforest

Aquí la adrenalina se descarga en un impresionante entorno boscoso cercano al pueblo de Betws y Coed. La sensación de caída libre se experimenta cuando bajo tus pies se abre una trampilla y te precipitas más de 30 metros desde lo alto de los árboles con la única compañía del cable que te sujeta.

Zip World Fforest

También puedes descender frenéticamente en una pequeña vagoneta, impulsado por la gravedad, dando violentos giros entre los troncos, saltar camas elásticas montadas entre árboles, arriesgarse con tirolinas que sortean obstáculos del bosque o montarse en un columpio gigante, con otras cinco personas, que parecerá que te arroja hacia la infinita panorámica de montañas.

Cavernas de pizarra

Cerca de LLechwedd está el único parque de aventuras subterráneo del mundo. Deslizándonos por cables o trepando podemos recorrer las entrañas de una mina en desuso. Tirolinas bajo el suelo, camas elásticas… un patio de recreo escondido en una caverna dos veces mayor que la catedral de San Pablo de Londres e iluminada con luces multicolores que le dan un ambiente casi psicodélico.

Cavernas de pizarra

Hay que reconocer el mérito de los promotores de estos parques generadores de adrenalina. Han sabido convertir su patrimonio industrial en atracciones. Donde a finales del siglo XIX había la mayor cantera de pizarra ahora se desliza la tirolina más rápida del mundo. Una forma de vincularse al pasado… pero con ingresos. Si queremos conocer mejor este pasado industrial de Gales, podemos visitar el cercano Museo Nacional de la Pizarra. También podemos viajar en el tiempo para ver los talleres de la época victoriana, cómo funcionaban o el grupo de casas recreadas de los canteros en Fron Haul.

Costa azul y pueblos idílicos

La enorme belleza de las montañas, valles, ríos o cascadas del parque de Snowdonia no puede eclipsar su otra belleza, los kilómetros de playas ‘habitadas’ por pueblos pesqueros. Recomendamos recorrer la península LLyn, un brazo del Snowdon extendido sobre el mar. Encontraremos aldeas idílicas, pequeños puertos, bahías, acantilados escondidos.

LLyn

Destacamos Porthdinllaen, una aldea muy visitada, ubicada sobre una media luna de arena, de aguas cristalinas, zona protegida y declarada Área de Belleza Natural, paraíso para los amantes de deportes acuáticos, pero también para los amantes de la fotografía por el contraste cromático entre sus pintorescas casas y el azul a veces marino y otras esmeralda.

Pueblo tranquilo, sólo se puede acceder a pie (aunque el aparcamiento no está lejos de la playa). Debe ser una delicia ver cómo los pescadores regresan con sus capturas, sentado en el Ty Coch Inn, un pub (dicen de los mejores de Gales) tomando una cerveza.

Después de visitar castillos, disfrutar del imponente paisaje de las montañas de Snowdonia, cruzarse con rebaños de ovejas, pisar playas fantásticas y acantilados sobrecogedores, ir a Portmeirion es un brusco cambio de chip, un viaje en el tiempo, un regreso a los tiempos en los que las clases adineradas inglesas pasaban los veranos en la Toscana a principios del siglo XX. Este pueblo fue la creación de Sir Clough Williams-Ellis.

Su idea era trasladar la suave atmósfera de las villas mediterráneas, al abrupto paisaje del norte de gales. Encontró el lugar en una península de la costa de Snowdonia. Empezó su creación en 1925, pero tuvo que interrumpirla en 1939, por la Segunda Guerra Mundial. Reinició sus trabajos en 1954 y concluyó su obra en 1976, dos años antes de su muerte. Tras reformar una mansión abandonada que había en el lugar, empezó a rescatar partes de edificios campestres como tejados, balcones, columnas o puertas y, como si fuera bricolaje arquitectónico, fue moldeando un pueblo variopinto, con casitas pintadas de colores, unos son llamativos, otros, pastel.

Portmeirion

Fuentes, flores, estanques, árboles, jardines. El arquitecto quiso crear una villa idílica, que respirara la magia de pueblos italianos como Portofino, del que había quedado enamorado en su visita. Su idea era demostrar que la arquitectura y el urbanismo pueden ser divertidos, emocionantes y con colorido. La yuxtaposición de estilos, de colores, con toques exóticos, como un buda dorado sobre una roca o vegetación subtropical en algún rincón, para unos puede ser una genialidad y para otros la obra de un arquitecto excéntrico. Lo que está claro es que, una vez dentro Portmeirion, no tendremos la sensación de estar en Gales.

Es recomendable visitar esta villa. De hecho es una atracción turística: Hay que pagar entrada para recorrer sus calles y jardines. Todo es peatonal. Tendremos la sensación de estar en una realidad paralela a los otros lugares que habremos visitado. Hay rincones que nos recordarán algún pueblecito italiano, otros nos sorprenderán porque tendremos la sensación de estar en otra época. El Gran Hotel parece un edificio sacado de una novela de Agatha Christie. Era parte de una vieja casa decimonónica.

Pero los precios son modernos: 200 euros por pasar la noche en una de sus habitaciones. Esta amalgama urbanística sirvió de set de película cuando en los años 60 se rodó la serie de éxito llamada El Prisionero: Un espía era secuestrado y llevado a un lugar misterioso del que no podía escaparse. Este lugar era Portmeirion. El nombre clave del prisionero era Número 6, el nombre del festival de música que cada año se celebra a principios de septiembre.

Podemos visitar Portmeirion en una mañana. Y después de callejear, cuando estemos en la terraza del hotel, bajemos a la playa, sigamos camino hasta un faro y, desde allí, observemos la orografía de la región de Snowdonia. Nos daremos cuenta de que aún estamos en el Norte de Gales, que esta villa casi surrealista ha sido un paréntesis.

Llandudno

No podemos marcharnos del norte de Gales sin visitar una villa que parece atrapada en otra época: Llandudno. Reposa en una bahía semicircular con dos promontorios en sus extremos. Casas no muy altas de estilo victoriano o encantadores hoteles son el fondo de un paseo marítimo que se abre a una playa que, con la marea baja, invita a pasear. Un pueblo vacacional con un aire nostálgico que nos devolverá a finales del siglo XIX.  Las nuevas edificaciones mantienen la identidad arquitectónica de aquella época.

Una de las perlas de Llandudno es su muelle de madera. La plataforma se construyó entre 1876 y 1878. Sobre robustas columnas de hierro fundido, y amparado con barandas forjadas al estilo de la época, va penetrando hacia el mar. Son setecientos metros que terminan en una rotonda con un elegante pabellón victoriano. Una invitación a pasear, a dejarse a acariciar por la brisa (a veces dejarse golpear por el viento), a detenerse en algún kiosco para tomar un refresco, a gozar de la sensación de estar en otro siglo.

Great Orme

El paseo marítimo que va recorriendo el perfil de la bahía conserva el esplendor victoriano de antaño. Cafeterías, salones de té, tabernas, salas de arte son una invitación constante. Desde la calle principal (Mostyn Street) se inicia un recorrido histórico por la villa. En cada uno de los 15 puntos de interés hay paneles explicativos. Si tenemos tiempo es interesante.

La otra perla de Llandudno es el Great Orme, uno de los promontorios que cierran la bahía. Regala vistas espectaculares. Son seis kilómetros hasta la cima. Se pueden hacer andando, en coche, en teleférico (el más largo del Reino Unido), pero la forma más entrañable de ascender es con su histórico tranvía, que celebró su centenario en 2002. Más lento, pero al ritmo de los dorados tiempos pasados. En la cima disfrutaremos de panorámicas inolvidables, senderos para pasear, variedad de flora… y para los amantes de la historia, unas minas de la Edad de Bronce.

Fotos: Crown Copyright

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