Miedo a NO volar

por Olivia Oporto

Casi todos los veranos en muchos espacios informativos de TV y prensa escrita se dedican amplios reportajes hablando del “miedo a volar” y de cómo superarlo. Nos explican técnicas de todo tipo, nos hablan de carísimos cursos en simuladores que ayudan a perder el miedo a volar, y en definitiva nos recuerdan lo seguro que es surcar los cielos a bordo de una aeronave, haciendo hincapié en que estadísticamente el miedo a volar no tiene razón de ser, si comparamos las cifras de accidentes con las de otros medios de transporte.

Pero paradójicamente en los últimos meses no recuerdo haber leído o escuchado ningún reportaje dedicado a este recurrente tema estival y he llegado a la conclusión de que seguramente se ha debido a que este año lo que más nos ha preocupado ha sido el miedo a NO volar.  Este verano, más que nunca,  el sufrido pasajero que trabaja durante todo el año para poder “rascar” unos días de merecido descanso en aquella parte del mundo que ha soñado durante once largos meses, se encuentra que sus ansiadas vacaciones quedan a merced de imponderables que escapan a su control y que pueden dar al traste con los planes veraniegos.

Aquel momento que uno soñaba feliz mojito en mano y tumbado en la hamaca del resort cuyo nombre seguramente acaba en “inn”, se convierte en una pesadilla aeroportuaria y la tumbona es uno de los rígidos asientos de la sala de espera del aeropuerto de la ciudad y el mojito es un refresco de lata roja por el que habremos pagado un par o tres de euros tras haber soportado una cola de veinte minutos.  Y este verano por obra y gracia de quienes mandan en nuestros cielos,  ya son muchos (y los que quedan, que el verano aún sigue) los que han tenido que renunciar a sus ansiadas vacaciones, o recortar los días, o perder conexiones y dejar de ver ciudades del mundo, o pasar más días en el aeropuerto que en el destino final.

Espero que el año que viene pueda ver de nuevo en la tele los mismos reportajes de siempre explicando lo sencillo que es volar, y no tener que escuchar más historias de vuelos frustrados, de vacaciones perdidas, de interminables horas de espera en el aeropuerto, y que sea mucho más fácil hacer realidad los sueños viajeros con los que nos dedicamos a fantasear durante tantos meses.

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